6 de enero de 2010

El mal argentino




La política, como la moneda, es necesaria.
Pero si se multiplica sin límites, invade el resto de los tejidos no políticos cual si fuera un tumor.
¿Cuál es el cauce de la política en una sociedad bien ordenada?
Diríamos que corre entre dos campos secos aunque inundables.
Uno, el de las instituciones superiores del sistema.
El otro, el de sus niveles en cierto modo "inferiores".
La política debería ser el jamón del sandwich nacional.
Las instituciones superiores a la política son el Poder Judicial y el Banco Central.
Por debajo de quienes ocupan las posiciones políticas del Estado, por otra parte, ¿no debiera haber en la Argentina un estamento intocable de funcionarios de carrera que entren por concurso y asciendan por mérito, ofreciéndoles a los avatares de la política un colchón de seguridad?
Esto es lo que pasa, al menos, en los países desarrollados.
Cuando los vientos de la política soplan fuertemente, como inevitablemente ocurre en países latinos como el nuestro, deben ser contenidos por altas murallas apolíticas, ya sea "arriba" o "abajo" de las posiciones legislativas y ministeriales.
Ausentes estos muros, la política se desborda, deviniendo inflacionaria.
Si los ciudadanos empezáramos a promover el repliegue de la política a su verdadero cauce, la Argentina daría esa sensación de estabilidad que dan otros países altamente endeudados como Israel, Canadá y España, atrayendo a los capitales de largo plazo en lugar de los capitales "golondrina" que nos agitan con sus oscilaciones.
De otro lado, el retroceso de la politización traería consigo la reducción del único gasto público cuya baja aprueban pacíficamente los argentinos: el llamado "gasto político", con su cohorte de clientes, "ñoquis" y oficinas burocráticas redundantes, con lo cual el déficit del presupuesto que alimenta cada año nuestra deuda externa se extinguiría.
Una Argentina política y no politizada, una ciudadanía que obligara a sus políticos a vivir no ya de sino para la política según la clásica distinción de Max Weber, apuntaría a la solución de fondo de nuestros problemas económicos y sociales.
Si esto es así, la inflación política es el mal argentino, un mal tan grave y apremiante como el mal de la inflación monetaria que lo precedió hasta los años noventa.


Grondona (en 2001)

1 comentario:

Klaus Pieslinger dijo...

Cuervos... ya viene otro Halloween?