8 de enero de 2010

Pintada de verde

En los mapas del mundo que se estudian en las madrasas y en no pocas universidades del mundo musulmán España aparece pintada de verde, a pesar de que nuestro país tiene desgraciadamente mucho más de desierto imparable que de pulmón verde. Es el mismo color que tienen en esa cartografía Mauritania y Marruecos, Egipto y Sudán, Pakistán y Afganistán, Arabia e Indonesia. Es el tinte, en fin, con que se enseña que todos esos territorios son tierra islámica. Obviamente, la presencia de España en esa franja es una anomalía para los españoles y para los europeos de la UE; para los estadounidenses y para los iberoamericanos, pero no lo es en absoluto para quienes profesan la fe musulmana.

La razón de todo ello está en el propio Corán, que determina que aquello que fue de Dios, lo es y será para siempre. España, que fue griega, en parte cartaginesa, casi completamente romana y posteriormente visigoda, terminó también por incorporarse al mundo musulmán. Y no en la periferia del Islam sino en su corazón mismo, como califato de su máxima expresión universal de esplendor. Durante ocho siglos se prolongó aquella presencia, hasta que su salida definitiva al clarear 1492 dio origen al primer Estado moderno digno de tal nombre y a la amargura musulmana por el paraíso terrenal perdido. España entera, pues, fue y sigue siendo para el mundo islámico más radical Al-Andalus, un territorio sagrado cuya recuperación para Alá es tan indiscutible como irrenunciable.
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Cruzado Negro / La Yihad en Eurabia

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