Que le vaya bien mal.

Chau, que te vaya bien , es una expresión con apariencia de amabilidad que suele usarse para despedir alguien cuya suerte no nos interesa más que la pelusa de un ombligo ajeno, hermanada con el secreto deseo de no cruzarse con el destinatario de la frase en un tiempo prudencial que se puede contar por generaciones.

Es cierto que podemos decir que te vaya bien con cierto grado de sinceridad cuando un amigo nos cuenta las particularidades de un proyecto en el que tiene intenciones de embarcarse, pero que no nos incluye ya sea por decisión ajena, preferencia propia o imposibilidad manifiesta. 

Un ejemplo claro de esto último sería que un humano macho nos manifestara la intención de inseminar a una hembra de la especie. Nuestra participación en semejante evento sería, al menos, problemática.

La incompatibilidad de desear que le vaya bien al prójimo llega al paroxismo cuando los objetivos ajenos son intrínsecamente opuestos a los propios. Un duelista no le desea a su rival que le vaya bien mirándolo a  a través del cañón de una pistola apuntada a su entrecejo, porque el éxito de su contendiente implica que el deseante obtenga un pasaje sin escalas al camposanto. Como mucho despliega una elegante cuota de caballerosidad diciendo que gane el mejor , agregando que soy yo, naturalmente para su coleto.

En este orden de ideas, cada vez que un oppet (*), irremediablemente atacado por el virus de la corrección política que le impide protestar porque la sopa está fría aunque un oso polar esté remojándose las pata en ella, dice Nosotros queremos que a la Presidenta le vaya bien, procede como el duelista con vocación suicida mencionado ut supra. Incluso, para que no queden dudas de la estulticia del declarante, suele acompañar la muletilla con el complemento ...porque si le va bien a la Presidenta nos va bien a todos.

No, mi estimado oppet. 

Cuando la Señora circunstancialmente a cargo del Poder Ejecutivo Nacional se erige en la conductora, jefa, inspiración y ejecutora de un proyecto, modelo, plan o como quiera denominarse al conjunto de medidas tendientes a la consecución de un objetivo cuyos efectos son claramente visibles luego de diez años en el poder ejerciéndolo en persona o como bien ganancial, resulta imperativo revisar esos efectos a la luz de la evidencia, y extrapolarlos hacia el futuro antes de desear que el éxito corone sus anhelos.

Los objetivos de la Presidente son escandalosamente opuestos a los de cualquier persona decente cuyas aspiraciones normales se han convertido en sueños delirantes gracias, precisamente, a la puesta en práctica de las decisiones que conseguir esos objetivos requiere.

Trabajar sin perjudicar a nadie, criar a sus hijos, ejercer la libertad de decidir el destino propio, prosperar y llegado el momento retirarse a disfrutar del fruto de sus esfuerzos son metas tan relacionadas con el sentido común que constituye uno de esos casos en los cuales el ejercicio de una virtud puede confundirse con la virtud misma.

En la medida en que la implementación de los objetivos de la Presidente nos resta grados de libertad para conseguir los nuestros, las metas que queremos alcanzar son claramente contrapuestas.

 El 27 de febrero de 2012, en Rosario, provincia de Santa Fe, en ocasión de celebrarse el bicentenario del primer izamiento de la Bandera Nacional, y mientras en el palco oficial hablaba la Intendente de esa ciudad, Cristina Fernández Wilhelm de Kirchner se dirigió a su cohorte de adulones diciendo "VAMOS POR TODO. POR TODO". 

Puede verlo en este video, estimado oppet:

Lea sus labios. Una y mil veces. 

Ahora, querido oppet , pregúntese de qué manera el objetivo de una Presidente que dice abiertamente que va por todo puede ser compatible con el de quien pretende conservar algo de Libertad para sí y para los suyos. 

Si algún día, en virtud de una epifanía, un golpe fuerte en la cabeza, las consecuencias que la aguja de un cirujano plástico demasiado entusiasta en medio de una sesión de aplicación de bótox tenga sobre su cortex cerebral, u obligada por la simple y acuciante necesidad, la Presidente decide abruptamente cambiar sus metas y el rumbo general de su administración, adoptando los principios republicanos que le dieron origen a la Nación y permitiendo que empecemos a soñar con un país apenas normal donde la vida, la honra y la fortuna  de sus ciudadanos no estén atados al arbitrio de sus vaivenes hormonales, entonces, y sólo entonces, será lícito y decente desear que a la Presidenta le vaya bien.

Porque sólo en ese improbable caso si le va bien a la Presidenta nos irá bien a todos.

Mientras eso no suceda, mi mayor anhelo es que a la Presidenta le vaya muy, pero muy mal. 

Tan mal que sirva de ejemplo disuasivo para cualquier aspirante a la Presidencia en cualquier futuro imaginable.

Tan mal que también constituya un doloroso aprendizaje para esta gelatinosa masa de votantes irreflexivos, indolentes, resentidos o simplemente estúpidos que permiten, que permitimos, que la frustración que se produce inevitablemente al final de cada ciclo que contiene el fracaso en sus genes sea la antesala de una frustración todavía mayor.

Buenas noches.

* Bugmanismo. Oppet es la combinación de opositor y Muppet