5 de mayo de 2013

Diálogo sobre la justicia


Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu
Maurice Joly

DIALOGO DECIMOTERCERO

Montesquieu- Necesito reponerme un tanto de las emociones que me habéis suscitado. ¡Qué fecundidad de recursos! ¡Que extrañas concepciones! Hay poesía en todo esto y un no sé qué de fatídica belleza que los Byron modernos no desdeñarían; reencontramos aquí el talento escénico del autor de la Mandrágora.

Maquiavelo- ¿Lo creéis así, señor Secondat? Sin embargo, algo en vuestra ironía me indica que no estáis convencido, que no tenéis la seguridad de que esas cosas sean posibles.

Montesquieu- Si mi opinión os interesa, la daré; pero aguardo el final.

Maquiavelo- No he llegado a él todavía.

Montesquieu- Continuad, pues.



Maquiavelo- Estoy a vuestras órdenes.

Montesquieu- Habéis empezado con el dictamen de una legislación extraordinaria sobre la prensa. Todas las voces han sido calladas, excepto la vuestra. Mudos están los partidos ante vos, pero ¿no teméis las conspiraciones?

Maquiavelo- No; me consideraría muy poco previsor, si de un revéz no las
desbaratara a todas al mismo tiempo.

Montesquieu- ¿Por qué medios?

Maquiavelo- Comenzaría por deportar a cientos de aquellos que recibieron el advenimiento de mi poder armas en mano. Me dicen que en Italia, Alemania y Francia, los hombres del desorden, los que conspiran contra los gobiernos, son reclutados por las sociedades secretas. En mi país, romperé estos tenebrosos hilos que tejen en sus guardias como telas de araña.

Montesquieu- ¿Y luego?

Maquiavelo- Se penará con rigor el hecho de organizar una sociedad o de pertenecer a ella.

Montesquieu- Eso en el futuro; pero ¿las sociedades que existen?

Maquiavelo- Exiliaré por razones de seguridad general, a quienes se sepa han participado en una de ellas. Los otros. Los que no tocaré, quedarán bajo perpetua amenaza, pues se dictará una ley que permita al gobierno deportar, por vía administrativa, a cualquiera que hubiese estado afiliado.

Montesquieu- Es decir, sin juicio.

Maquiavelo- ¿Por qué decís: sin juicio? ¿Acaso la decisión de un gobierno no implica un juicio? Podéis estar seguro de que no tendremos piedad con los facciosos. En los países constantemente turbados por las discordias civiles, la paz se consigue por actos de implacable rigor; si para asegurar la tranquilidad hace falta una cantidad de víctimas, las habrá. A continuación de ello, el aspecto del mandatario se torna tan impotente que ya nadie osará atentar contra su vida. Sila, después de haber cubierto a Italia con un baño de sangre, pudo retornar a Roma como simple particular y nadie le toco siquiera la raíz de un cabello.

Montesquieu- Observo que estáis atravesando un período de ejecución terrible: y no me atrevo a haceros ninguna objeción. Me parece, empero, aun percibiendo vuestros propósitos, que podríais ser menos riguroso.

Maquiavelo- Si alguien apelase a mi clemencia, ya resolvería. Hasta os puedo confiar que una parte de las severas disposiciones que encerrarán mis leyes terminarán por ser puramente conminatorias, a condición de que no me vea forzado a aplicarlas.

Montesquieu- ¡A eso llamáis conminatorio! Sin embargo, vuestra clemencia me tranquiliza un tanto, pero hay momentos en que si algún mortal os oyese, se le helaría la sangre.

Maquiavelo- ¿Por qué? He vivido muy cerca del duque de Valintinios, de terrible fama bien merecida por cierto, pues tenía momentos que era implacable; pero os puedo asegurar que, pasada la necesidad de ejecutar, era un hombre bastante bonachón. Y lo mismo se podría decir de casi todos los monarcas absolutos; en el fondo son buenos, sobre todo con los pequeños.

Montesquieu- No sé si no os prefiero en la plenitud de vuestra cólera: Vuestra dulzura me inspira un miedo mayor. Continuemos. Habéis llegado a aniquilar las sociedades secretas.

Maquiavelo- No tan de prisa; no hice eso, me parece que introducís algo
de confusión.

Montesquieu- ¿Cómo y por qué?

Maquiavelo- He prohibido las sociedades secretas, cuyo carácter y actividades escapan a la vigilancia de mi gobierno, pero no me privaré de un medio de información, de una influencia oculta que puede ser importante si nos sabemos servir de ella.

Montesquieu- ¿Cuál es vuestro pensamiento al respecto?

Maquiavelo- Entreveo la posibilidad de dar a cierta cantidad de esas sociedades una especie de existencia legal, o mejor centralizarlas en una, cuyo jefe supremo nombraría yo. Con ello los diversos elementos revolucionarios del país estarían en mis manos. Los componentes de estas sociedades pertenecen a todas las nacionalidades, clases y rangos; me tendrán al corriente de las más oscuras intrigas de la política. Constituirán como un anexo de mi política, de la cual os hablaré en seguida. El mundo subterráneo de las sociedades secretas está lleno de cerebros huecos, de quienes no hago el menor caso; pero existen allí fuerzas que debemos mover y directivas a dar. Si algo se agita, es mi mano la que lo mueve; si se prepara un complot, el cabecilla soy yo: soy el jefe de la logia.

Montesquieu- ¿Y creéis que esas cohortes de demócratas, esos republicanos, anarquistas y terroristas os permitirán acercaros y compartir con ellos el pan? ¿Podéis creer que quienes no aceptan el dominio del  hombre aceptarán como guía a quien en el fondo será un amo?

Maquiavelo- Es que no conocéis, ho Montesquieu, cuánto de mi impotencia y hasta de necedad hay en la mayor parte de los hombres de la demagogia europea. Son tigres con almas de cordero, con las cabezas repletas de viento; para penetrar en su rango, basta con hablarles en su propio lenguaje. Por lo demás, sus ideas tienen increíbles afinidades don las doctrinas del poder absoluto. Sueñan con absorber a los individuos, dentro de una unidad simbólica. Reclaman la absoluta igualdad, en virtud de un poder que en definitiva no puede sino estar en las manos de un solo hombre. ¡Ya veis que aun aquí sigo siendo yo el jefe de su escuela! Además, justo es decirlo, no tienen ninguna otra opción. Las sociedades secretas existirán en las condiciones que acabo de expresaros, o no existirían.

Montesquieu- Con vos, el finale del sic volo sic jubeo nunca se hace esperar demasiado. Creo, decididamente, que ya estáis al abrigo de cualquier conjuración.

Maquiavelo- Sí, pues es bueno que sepáis, todavía que la legislación no permitirá reuniones ni conciliábulos que excedan de un número determinado de personas.

Montesquieu- ¿Cuántas?

Maquiavelo- ¿Os preocupan esos detalles? No se permitirán reuniones de
más de quince o veinte personas, si os interesa.

Montesquieu- ¡Que decís! ¿Un grupo de amigos superior a ese número no podrá reunirse para cenar?

Maquiavelo- Ya os alarmáis, bien lo advierto, en nombre de la jovialidad gala. Podrá, sí, porque mi reino no será tan huraño como vos pensáis, aunque con una condición: que no se hable de política.

Montesquieu- ¿Se podrá hablar de literatura?

Maquiavelo- Sí, pero con la condición de que al amparo de la literatura no se celebren reuniones con fines políticos, pues es perfectamente posible no hablar para nada de política y dar no obstante a un festín un carácter de manifestación que el público comprendería. Eso es lo que hay que impedir.

Montesquieu- Es difícil, ay, que en un sistema semejante, los ciudadanos vivan sin abrigar resentimientos contra el gobierno.

Maquiavelo- Estáis en un error; solo los facciosos estarán sujetos a tales restricciones; nadie más las sufrirá. Claro está que no voy a ocuparme aquí de os actos de rebelión contra mi poder, ni de los atentados que pretendieran derrocarlo, ni de los ataques ya sea contra la persona del príncipe o contra su autoridad o sus instituciones. Son verdaderos crímenes, reprimidos por el derecho común de todas las legislaciones. En mi reino, estarán previstos y serán castigados de acuerdo con una clasificación y según definiciones que no dejarán margen alguno para el mínimo ataque directo o indirecto contra el orden establecido.

Montesquieu- Permitid que en ese respecto tenga confianza en vos, sin detenerme a indagar vuestros medios. No basta, empero, con instaurar una legislación draconiana; es indispensable encontrar una magistratura que esté dispuesta a aplicarla; este aspecto no deja de tener sus dificultades.

Maquiavelo- No presenta dificultad alguna.

Montesquieu- ¿Vais entonces a destruir la organización judicial?

Maquiavelo- Yo no destruyo nada; tan solo modifico e innovo.

Montesquieu- ¿Queréis decir que implantaréis cortes marciales, prebostales, en una palabra, tribunales de excepción?

Maquiavelo- No.

Montesquieu- Entonces ¿qué haréis?

Maquiavelo- Conviene que sepáis, ante todo, que no tendré necesidad de decretar un gran número de leyes severas, cuya aplicación procuraré. Muchas de ellas existirán ya y estarán aún vigentes; porque todos los gobiernos, libres o absolutos, republicanos o monárquicos, enfrentan las mismas dificultades; y en los momentos de crisis se ven obligados a recurrir a leyes de rigor, algunas de las cuales permanecen, mientras otras de debilitan junto con las necesidades que las vieron nacer. Se debe hacer uso de unas y otras. Respecto de las últimas, recordaremos que no han sido explícitamente derogadas, que eran leyes perfectamente sensatas, y que el reincidir en los abusos que ellas preveían torna necesarias su aplicación. De esta manera el gobierno solo parece cumplir, y a menudo será cierto, un acto de buena administración. Veis, pues que se trata tan solo de imprimir cierto dinamismo a la acción de los tribunales, cosa siempre fácil en los países de centralización donde la magistratura se encuentra en contacto directo con la administración, por la vía del ministerio del que depende. En cuanto a las leyes nuevas que se dictarán bajo mi reinado, y que se promulgarán, en su mayor parte, en forma de simples decretos, su aplicación quizá no resultará tan fácil, porque en los países en que el magistrado es inamovible, éste se resiste espontáneamente a un ejercicio demasiado directo del poder en la interpretación de la ley. Sin embargo, creo haber descubierto una ingeniosa combinación, muy sencilla, en apariencia puramente normativa, que, sin afectar la inamovilidad de la magistratura, modificará lo que de absoluto en demasía hubiese en las consecuencias de este principio. Dictaré un decreto por el cual los magistrados, una vez llegados a cierta edad, deberán pasar a retiro. También en este caso estoy persuadido de que contaré con el beneplácito de la opinión pública, pues es un triste espectáculo, harto frecuente, el de ver al juez, llamado a estatuir a cada instante sobre las cuestiones más elevadas y difíciles, sumido en una caducidad de espíritu que lo incapacita.

Montesquieu- Mas, permitid: tengo cierto conocimiento de las cosas de que habláis. El hecho que sugerís no está en modo alguno acorde con la experiencia. Entre los hombres que viven en un continuado ejercicio de las facultades del espíritu, la inteligencia no se debilita de ese modo; tal es, por así decirlo, el privilegio que otorga el pensar a aquellos hombres para quienes constituye la principal razón de vida. Y si en algunos magistrados las facultades intelectuales flaquean con la edad, en la gran mayoría de ellos de conservan, y sus luces van siempre en aumento, y no es necesario reemplazarlos, porque la muerte hace en sus filas las bajas mas naturales; pero aunque hubiere en verdad entre ellos tantos ejemplos de decadencia como vos pretendéis, sería mil veces preferible, en nombre de una justicia auténtica, soportar ese mal que aceptar vuestro remedio.

Maquiavelo- Mis razones son superiores a las vuestras.

Montesquieu- ¿Razones de Estado?

Maquiavelo- Es posible. Tened por cierta una cosa: en esta nueva organización, los magistrados no distorsionarán la ley más que en otros tiempos, cuando se trate de intereses puramente civiles.

Montesquieu- ¿Cómo puedo tener esa certeza si, a juzgar vuestras palabras, veo ya que la distorsionarán cuando se trate de intereses políticos?

Maquiavelo- No lo harán; cumplirán con su deber como corresponde lo hagan; pues, en materia política, en interés del orden, es imprescindible que los jueces estén siempre de parte del poder. Lo peor que podría acontecer sería que un soberano pudiese ser vulnerado por medio de sentencias: el país entero se aprovecharía de ellas al instante, para atacar al gobierno. ¿De qué serviría entonces haber impuesto silencio a la prensa, si ella tuviera la posibilidad de renacer en los juicios de los tribunales?

Montesquieu- Vuestro medio, entonces, pese a su apariencia modesta, es harto poderoso, puesto que le atribuís tamaño alcance.

Maquiavelo- Lo es, sí, porque hace desaparecer ese espíritu de resistencia, ese sentimiento de solidaridad tan peligroso en las organizaciones judiciales que han conservado el recuerdo, el culto acaso, de los gobiernos pretéritos. Introduce en su seno un cúmulo de elementos nuevos, cuyas influencias son, todas ellas, favorables al espíritu que anima mi reinado. Veinte, treinta, cuarenta cargos de magistrados quedarán vacantes cada año en virtud del retiro; ello traerá aparejado un desplazamiento de todo el personal de justicia que, de este modo, podrá renovarse enteramente en casi seis meses. Bien sabéis que una sola vacante puede significar cincuenta nombramientos, por el efecto sucesivo de los titulares de diferentes grados, que se desplazan. Imaginaos lo que habrá de ser cuando sean treinta o cuarenta las vacantes que produzcan simultáneamente. No solo hará desaparecer el espíritu colectivo en lo que este puede tener de político, sino que permitirá una más estrecha proximidad con el gobierno, que dispondrá de gran número de cargos. Tendremos hombres jóvenes deseosos de abrirse camino, cuyas carreras no se verán ya detenidas por la perpetuidad de quienes los preceden. Estos hombres saben que el gobierno gusta del orden, que también el país aspira al orden; y solo se trata de servir a ambos, administrando convenientemente la justicia, cuando el orden esté en juego.

Montesquieu- Pero, a menos que haya una ceguera sin nombre, se os reprochará el estimular, en los magistrados, un espíritu de emulación funesto el los cuerpos judiciales; no os enumeraré las posibles consecuencias, pues no creo que ello valla a deteneros.

Maquiavelo- No tengo la pretensión de escapar a las críticas; poco me importan, siempre que no las oiga. Tendré por principio, en todas las cosas, la irrevocabilidad de mis decisiones, no obstante las habladurías. Un príncipe que actúa de esta manera está siempre seguro de imponer el respeto de su voluntad.

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