26 de julio de 2013

De viaje: ocho minutos


Creo que una de las cosas que más nos diferencia de países serios (a esta altura no tengo la más mínima duda que somos un país-chiste, por no decir un país-joda) es el valor de la ley. Y al respecto no es trivial ver cómo se hacen las leyes en otros sitios.
El Reino Unido, a pesar de la pompa monarquica, royal weddings, royal scandals y últimamente el royal baby, sabrán ustedes que es un Estado sólidamente aferrado a su sistema parlamentario, desde la lejana Magna Carta arrancada al Rey Juan hace ya casi 800 años. Un sistema que quiso ser soslayado por un rey que por eso perdió la cabeza y que en el caso británico tiene supremacía sobre cualquier otra institución de gobierno lo que (como a la VE le encantaría) hace que lo que deciden los parlamentarios no pueda ser revocado por los jueces.
Al márgen de la tradición parlamentaria, al equilibrio natural que le da la partición del electorado y la condición de que los comunes representan a un distrito, por sobre un partido, el proceso de lawmaking es tan minucioso y tiene tantas secuencias que es prácticamente imposible sacar leyes de coyuntura como las aberraciones que se vota en nuestro Congreso. Me decían que en un caso de urgencia, el proceso legislativo toma como mínimo un año y naturalmente, tres. Y eso que desde Tony Blair no existe más la posibilidad de que los Lores rechacen eternamente una iniciativa originada en los comunes, y al tercer rechazo se aprueba automáticamente.
En este contexto de diferencia abismal con nuestro legislar-como-si-se-fabricaran-chorizos, me pareció extraordinaria la manera de emitir el voto en la cámaras donde comunes y lores deben votar con el cuerpo y poner en evidencia físicamente la opción que eligen.
El tema es mas o menos así. Puesto un asunto a consideración el speaker pregunta si se aprueba o no. Si el recuento no es abrumador por la aprobación se llama a división (Clear the lobbies!) entonces los que están con la propuesta deben ir al hall de un lado y si están en contra, al otro. Hasta que se los llama nuevamente hay ocho minutos, donde fuera de la vista del público y de las cámaras se discute, se pregunta y hasta se aprieta supongo, para que alguno que salió por el lado del "No" vuelva por por el "si", o viceversa.
Luego para volver a la cámara tienen que pasar desde cada lado por un brete, donde se los recuenta con nombre.
Las diferencias no se agotan acá, por supuesto. La obligación de los diputados de atender en su distrito un día a la semana, o en Londres a quienquiera que se los demande, la asistencia semanal del PM a Westminster, los lores que no cobran un sope, y la propia integración de esta cámara con extpertos, premios nóbel, científicos, etc. muestran qué vale hacer la ley allá y que changa es hacerla acá.


(No es casual que sea Cromwell el que ilustra el post. No cualquiera que se carga a un rey consigue tener su estatua frente al Parlamento)

17 comentarios:

Anónimo dijo...

Acá en ocho minutos se agotarían las chequeras

Olegario dijo...

El tiempo (800 años) y un par de cabezas rodando, evidentemente son buenos maestros para enseñar a hacer bien las cosas.

De todos modos, nosotros podemos mejorar mucho sin necesidad de medidas tan extremas.

Ya es hora de que muchas ONGs supuestamente dedicadas a mejorar la calidad institucional, junto con intelectuales, opinadores bienpensantes y entidades gremiales habitualmente sometidas a exacciones ilegales (pienso principalmente en el campo)se deben organizar y arrancarle a la clase política una reforma electoral clave que de otra manera jamás se conseguirá: la eliminación de las listas sábanas y su reemplazo por la elección directa en circuitos uninominales.

Que las cámaras legislativas (nacionales, provinciales y municipales)se compongan por representantes de los electores y no de los partidos.

Avanzar desde la partidocracia a la democracia.

Sería una verdadera revolución. Y la calidad de nuestro proceso legislativo -y de nuestra salud institucional toda- mejoraría sustancialmente.

Gus VF dijo...

Estoy seguro que en Argentina un buen sistema institucional, un digno marco jurídico y parlamentario mejoraría la calidad de vida de la gente. El problema es que ése no es el deseo de la gente. Descreen de los beneficios personales que trae consigo la organización social civilizada. Quizás la oportunidad de institucionalizarse se perdió para siempre en los años ’80.

carancho dijo...

Don Olegario, le recomiendo que se busque una silla y se siente. Así no se cansa.
En serio, còmo lográs una reforma de ese tipo? Le ponés a nuestros ilustres políticos un revo¡ólver en la sien? Ponès una guillotina en la puerta del Congreso?
Lo veo tan verde...

Olegario dijo...

Carancho, por eso mismo digo que es una reforma que hay que arrancarle a la clase política, porque es algo que nunca van a hacer voluntariamente.

Es una tarea larga de presión social que deben encabezar distintas personalidades y organizaciones de la sociedad. Aquellas que actúan por convicciones republicanas y aquellas otras que deben defender el simple derecho a la existencia de sus representados.

Anónimo dijo...

Un poco de sangre no es un mal ingrediente

Gus VF dijo...

Que diosito lo oiga, mi estimado Olegario. Sería, en todo caso, la presión de una minoría social. La mayoría sólo anda en pedir que su papá estado le otorgue más beneficios. Le va su mísera supervivencia en ello, y no estoy hablando solamente de pobres…

También es cierto que históricamente minorías intelectuales, sectores sociales o institucionales han sabido corregir los rumbos equivocados de muchas naciones. Mi pesimismo con el caso argentino es que veo que llevamos demasiados años -más de ochenta- de ininterrumpida decadencia, por lo que me da de sospechar que la situación actual responde más a la propia naturaleza social que a un eventual error o desvío en su derrotero histórico. Una supuesta incapacidad de aprender de los propios errores que vendría demostrando la Argentina en realidad me remite a la condición de un olmo: no es un error, es así, recalcitrante, orgulloso y siempre ilusionado de sí mismo. El error es esperar a que dé peras.

BlogBis dijo...

Gus VF, me permito un comentario. La Argentina no decayó ochenta años. Sino que por el contrario, tuvo 50 años de oro, entre 1860 y 1910. Fueron excepcionales en la historia del país.
La visión decadentista e ha frenado a los liberales y conservadores, anclados en "aquellas glorias" que se lloran en lugar de plantearse como un objetivo a repetir: 50 años de legalidad, relativa estabilidad, y clima de negocios favorable.

Sine Metu dijo...

Por ahi lei en su post que los jueces no pueden declarar inconstitucional una ley, pero la maravilla del juicio por jurados es que los mismos, es decir los jurados, ciudadanos comunes, pueden determinar si en el caso particular la ley es aplicable o no. Es decir, pese a demostrarse que el acusado violó la ley los miembros del jurado pueden declarar not guilty al reo siempre que consideren que la ley es injusta.

Gus VF dijo...

Si tomamos la historia completa de estas tierras del Plata, sí por supuesto BB, aquellos 50-60 años son el “error” y no la regla, pero como estoy acostumbrado a la idea de que el verdadero y único proyecto fundante de Nación civilizada fue el que se forjó en 1853-60… antes fue una nada sangrienta (aunque también heroica) y después, más o menos partir de 1930, un barranca abajo sin parar, o si se quiere, un regreso a la barbarie. A estos últimos años me refería, de recontra-aluviones zoológicos.

Un país es sus habitantes. Durante aquellos años de oro 6 de cada 10 eran de origen europeo. Imaginemos alberdianamente que en pocos años a la Argentina actual inmigraran unos 60 millones de europeos… este país volvería a ser otro!

Pero es cierto BB, nadie a quien se le ocurra diluir aunque sea con soda a este intragable brebaje argento puro de hoy.

Nicolás dijo...

El problema es la cultura de los argentos, no sé qué pasó, pero después de 1910, habló de lo que spe y veo todos los días, el argento es muy primitivo, celoso patológico, envidioso, propenso a la violencia como la única solución a cualquier clase de conflicto (si les contara todas las historias que me cuentan u oigo acerca de las trifulcas que arman sin motivo estos mongoloides), soberbio, y lo peor, no sabe conectar causa y efecto. Además de tener una memoria más exigua que la de un perro. A eso súmenle un provincianismo insidioso que impide reconocer las faltas y mejorarlas.

Olegario dijo...

Los países son el resultado de sus elites ilustradas, no de sus masas. La barbarie populista decadente a la que estamos condenado, no es culpa de las hordas de semianalfabetos choripaneros que votan, sino de una dirigencia que no es capaz de pensar otra alternativa que la de enriquecerse a la sombra de la corrupción del estado. El clientelismo y todas las formas de degradación político/institucional que vivimos son la parte instrumental de un problema que es mucho mayor.

El habitante promedio del conurbano bonaerense no es menos formado cívicamente o moralmente inferior que el negro de Harlem o el Zulú de Sudáfrica. Pero el nivel intelectual promedio de la clase dirigente de EEUU o Sudáfrica es abismalmente superior al de la nuestra.

Me parece que es por ahí por donde pasa la cosa. Y putear a la "gente de mierda" que tiene el país, sólo es una forma pedorra de hacer catarsis.

Nicolás dijo...

¿De dónde salen los políticos? ¿Los trae la cigueña en un repollo cultivado en París?

Olegario dijo...

Nico, salen del mismo lugar del que salen los Leloir, Houssay, Milstein, Favaloro, Borges, Pelli, Bergoglio y tantos millones de tipos que se esfuerzan por laburar más y mejor y que son los que hicieron y hacen todos los días este país que algunos en su imbecilidad se dedican a destruir.

Nicolás dijo...

Los Borges, los etc. son los menos, glitches en la matrix. Me parece meio simplista echarle la culpa a una minoría corrupta en medio de una inmensa mayoría virtuosa, no, acá lo que hay es una oligarquía de garcas, de vividores del estado y una mayoría de cómplices, de indolentes, de vivillos, y una minoría extremadamente minúscula que sabe lo que pasa, le importa, tiene las ideas correctas, pero son rechazados o ignorados porque predican valores que al argento suenan como anatema. No se engañe, las masas quieren esto.

Gus VF dijo...

A mi modo de ver, por acción de unos, por omisión de otros, los habitantes de cada país tienen los gobiernos que se les parecen y por lo tanto, se merecen. Cualquier gobierno, sea como sea que haya accedido al poder, de algún modo siempre es representativo de un modus vivendi social promedio, es su emergente.

Podría decir las peores cosas imaginables del gobierno actual. Lo que no podría es adjudicarle no ser representativo de la sociedad de donde surgió. Si se sacaran de encima las toneladas de hipocresía, la mayoría de los argentinos de a pie confesaría su envidia a Lázaro Báez. Unos cuantos se deben masturbar viendo el programa de Lanata, lamentando no haber tenido una oportunidad igual.

Cada uno con su experiencia personal… en mi vida de más de medio siglo puedo decir que me he encontrado en muy distintos ámbitos (inevitablemente) con personas de una mentalidad mucho más parecida a Kirchner que a Leloir. Así que no sé qué pensar che, me habrá movido una atracción inconsciente por la gente canalla o simplemente habré tenido una muy mala suerte… ¡justo a mí en este país de buena gente!

Max A Secas dijo...

La gente sin dolor no cambia.