22 de agosto de 2013

Examen

Examen a los músicos callejeros para poder tocar en Madrid.

Como oí por ahí: bastante dura está la calle como para pensar que un músico que toca mal va a poder subsistir. Nada más efectivo que la recompensa monetaria de los viandantes como estimulo para la permanencia o no de los músicos en las calles ¿verdad? Lo otro no es más que una excusa para tirar dinero a la basura y - claro - promover el acomodo.

6 comentarios:

Sine Metu dijo...

Para tocar en los pasillos del London Underground hay que anotarse, rendir examen y se te asigna un lugar y un horario determinados que no se pueden cambiar ni estirar.

Gus VF dijo...

Algunos recordarán aquí que soy músico, entre otras actividades un poco más rentables. Como amo la música, también amo el silencio. Un gran maestro mío siempre pone este ejemplo de lo que sucede en cualquier evento musical: el ‘padre’ es el músico, la ‘madre’ es la audiencia y el ‘hijo’ es la música, que es lo que ‘ocurre’ como resultado de esa relación. Si el ‘padre’ y la ‘madre’ están o no a la altura de las circunstancias, eso repercutirá inevitablemente en la calidad del evento.

¿A qué viene a cuento esto? A que, personalmente, me disgustan sobremanera los músicos callejeros, porque aunque fueran excelentes intérpretes invaden mi espacio acústico (que puede ser público o privado), violentan mi silencio o lo que quisiera personalmente estar escuchando o hablando, violando compulsivamente aquella indispensable relación para que surja la música. Aborrezco por eso mismo a la ‘música ambiental’ de los consultorios, oficinas y bares, que vienen a aturdirnos suavemente para que no nos “horroricemos” del silencio (ni qué decir de los televisores puestos a todo volumen en Crónica TV).

Me recuerdo caminando por las deliciosas callecitas medievales de Santiago de Compostela. Cantigas y sones de aquellos siglos resonaban como una ‘banda sonora’ en mi cabeza, inevitablemente. Pero al llegar a la Plaza del Obradoiro, con su monumental y mística Catedral… ¿con qué soy invadido? ¡con un saxofonista callejero haciendo una mediocre y babosa versión solista del ‘Summertime’, que se correspondería en todo caso al espíritu de NY y a muy otra época! Soy sensible a estas cosas, y me arruinó el momento, como si una escena romántica de un film fuera musicalizada por los Sex Pistols. Me dieron ganas de partirle el saxo por la cabeza. Aquí el ‘padre’ –volviendo al ejemplo de mi troesma- estaba violando uno de los requisitos básicos para que la música tenga algún sentido, que es el lograr el ambiente adecuado para ella con el común acuerdo de ambas partes, por lo general, un espacio privado y pago.

Seguramente me ganaré el repudio de algunos de mis colegas por decir estas cosas, pero es lo que siempre pensé. La música más sublime puede convertirse en un ruido insufrible para quien no desee escucharla en ese momento. Alguien puede estar cerca tratando de concentrarse en su trabajo, alguien necesita dormir… Así que ni regulados ni independientes: ¡fuera los músicos de las calles!

PD: Un (para mí) ignorante experimento realizó The Washington Post poniendo al destacadísimo violinista Joshua Bell tocando gratis en una estación de subte. En 45min. sólo seis personas de las miles que pasaban se detuvieron a escuchar un ratito y la mayoría ni le pagó, y todo esto para demostrar que “la belleza no le importa a nadie”. ¡La gente estaba haciendo sus cosas, idiotas!¡Podían estar perdiendo su laburo si llegaban tarde!¡Ése no es un ámbito para la música!

http://www.youtube.com/watch?v=TvWbnD5fLqU

carancho dijo...

Brillante, GusVF.
Particularmente, estoy harta de los cabecitas con sus teléfonos y sus cumbias de décima, que hacen escuchar a todo el colectivo. Ni hablar de los jeropas en los autos con la música a todo trapo.
Me despiertan deseos homicidas. No exagero.

Nicolás dijo...

Me parece que el tema en cuestión es la burocratización de la vida diaria, me parece que ponerse a discutir los valores eternos de la gran música está demás.
Nos está devorando el Estado, no sé si entienden, y no parece haber escapatoria.

Gus VF dijo...

Carancho, gracias! Cómo se nota que vivimos en el culurbano. Es así tal cual, hace unos cuantos años tuve que mudarme porque atrás de mi casa se asentaron unos cabezas que estaban con la cumbia al mango todo el día, todos los días. No quiero contar la historia, pero el instinto asesino es lo más natural que nos puede surgir en esas situaciones.

Nicolás, no estoy hablando de las nubes sino de no afectar derechos de terceros. Se trata de distinguir por qué los burócratas encuentran pasto para sus regulaciones: son los propios músicos y artistas en general (diría un 90% de ellos) los que consideran que tienen una especie de derecho divino a hacer lo que hacen, primero ocupando el espacio físico, acústico y visual de los demás, después exigiendo la “titularidad” del mismo, luego a ser mantenidos por el aparato del Estado/Gobierno alegando no sé qué privilegios “culturales-nacionales”, para finalmente hacer sentir desde sus púlpitos el asco que les dan los que les pagan. La cosa viene torcida desde abajo, y ése es el sentido de mi observación. Vos esto ya lo sabés, pero uno siempre espera ser leído por alguno que esté por caerse del catre estatista y es conveniente hacer un poco de arqueología social.

Jorge dijo...

Gracias Gus por compartir tu experiencia.
En mi caso te puedo decir que en el metro de Madrid me he encontrado de todo. Desde un argentino o uruguayo (bueno, rioplatense, porque percibí su acento pero no le pregunté de donde era) que tocaba la guitarra como los dioses, hasta un borracho que hacía sonar una trompeta de la forma más decarada posible, sin ton ni son, y pasando por rumanos o búlgaros que se dedican a aturdirte a trompetazos / acordionazos. En fin.

Yo sí suelo apreciar y valorar un buen momento musical aunque sea en el metro en el medio de la rutina , en esos casos (muy poco frecuentes) me suelo tomar la molestia de dar una moneda. Principalmente me pasa con los latinoamericanos que suelen ser los que tocan guitarras acústicas.
Ah. Me olvidé de mencionar los que tocan violines, aunque a veces decubro que hacen playback. Pero los que tocan de verdad en muchos casos sospecho que son profesores o alumnos de música que dedican algún tiempo libre a ganar unos euros.