Por Gabriela Pousa –
Nuevamente los argentinos fuimos rehenes de una interna peronista y sindical. Ni Hugo Moyano, ni Luis Barrionuevo hicieron un paro para beneficiar a los trabajadores, ni Cristina Kirchner, ni ningún otro funcionario estaba preocupado por el derecho a trabajar y a la libre circulación que tienen los ciudadanos.
Por otra parte, hablar del éxito de un paro es bastante arbitrario en el contexto que estamos atravesando: la violencia ganó la calle sin diferencia de barrios ni de clases. Nadie medianamente sensato se animó, desde el vamos, a abrir su comercio o a conducir su taxi: no se trataba de una adhesión férrea por convicción sino de temor.
Ese temor que es otro de los grandes protagonista de la actual Argentina. Un temor fundado en la incertidumbre de presente, de futuro y también de pasado. La historia no es lo que alguna vez fue, el presente es indefinido, y el mañana un misterio que ni Mandrake se atrevería a definirlo. En ese ambiente social, la orfandad del ciudadano es mucho más que un dato de la realidad.
Los políticos ya no representan, los sindicatos ya no cuidan, los policías ya no previenen, los gobernadores ya no gobiernan, los intendentes son apenas instrumentos de punteros políticos, los maestros ya no enseñan y los padres ya no educan, delegan. La pirámide social se ha hecho trizas. Los cimientos de la sociedad son arenas movedizas y el vértice agoniza.
Excepciones hay, desde luego, pero no son la generalidad. Hoy hay en Argentina más analfabetos que a principio del siglo pasado. Los pobres se multiplican y la ignorancia es política de Estado.
Un pueblo ilustrado no vota como rebaño, no calla frente a la injusticia, no perdona el robo de guante blanco, no soporta la desidia, no aplaude a un Presidente a cambio de un subsidio que lo condena aún más a la miseria. Un pueblo ilustrado no viaja a su trabajo hacinado como ganado, no para por capricho de un sindicalista que busca posicionarse en el próximo teatro, no entierra a sus muertos, víctimas de la delincuencia, resignado y callado..
Un pueblo educado no regala una década porque sabe que el tiempo es el único recurso no renovable, y no se deja matar por un celular o un par de zapatillas porque conoce el inconmensurable valor de la vida.
Ahora bien, es probable que haya otra causa por la cual se admite todo esto que no sea la ignorancia, es probable que la anomia y la apatía sean síntomas de algo aún peor: la resignación. El hombre resignado ya no espera nada, ni de sus dirigentes ni de si.
El hombre resignado deja hacer y no en el sentido de ‘lasse faire’. El hombre resignado acepta que se le hable de cambio y, simultáneamente, se le venda a Daniel Scioli o a Sergio Massa como candidatos…
La resignación lleva a creer que cualquiera es mejor que Cristina, aún cuando hayan sido sus adláteres. Entonces cabe preguntarse si el problema es realmente el kirchnerismo o es el gen argentino.
Las respuestas se disipan entre ese temor al que ya aludimos y la no certeza. Porque si afirmamos tamaña sentencia, el trabajo a realizar no es tarea exclusiva de la dirigencia sino de cada uno, empezando seguramente por su casa, por su hogar, por su núcleo más íntimo.
Lo cierto es que no interesa definir si el paro fue un éxito o no, sino aceptar que fue altísimo su acatamiento. Por adhesión a la “causa”, por vagancia, por falta de transporte o por miedo. Como fuese, ha quedado demostrado que el gobierno ya no tiene siquiera el poder de transportar a su gente en micros como tantas veces lo hiciera. Ni la jefe de Estado asistió a la Casa Rosada el día del paro, se la dejó a la tigresa de Oriente. Todo un símbolo de la época que atravesamos.
El gobierno fracasó porque no puede asegurar ni un derecho que está en la Constitución: el libre tránsito de la población. Ni puede a través de subsidios y aprietes hacer que las patronales tomen las riendas y manejen los medios de transporte como sucedió en otras ocasiones. El poder se deshilvana.
El gobierno ya no puede contra su propio Frankestein: los piquetes se le animan y ganan la porfía. Adiós a la calle. Un adiós en consonancia con el adiós a sus aliados sindicalistas. Sin Moyano, nada puede hacer ni Unidos y Organizados ni La Cámpora. Los “pibes para la liberación” no liberan ni una calle cortada.
Pese a esto, el paro fue mucho más que un medidor del clima social pero mucho menos que una solución real y concreta a los problemas de los trabajadores argentinos . El paro fue tristemente la confirmación de la vieja política que nunca se ha ido y fue, simultáneamente, un aviso. Un aviso no tanto al kirchnerismo que mucho se le parece sino a su sucesor cualquiera sea el apellido. Ellos siguen jugando fuerte, no pueden quedar afuera del juego, es decir de las listas y de la repartija que un nuevo populismo hará en el 2015 de la Argentina.
Es triste si, pero es lo que se avizora de no surgir un imponderable, un cisne negro capaz de dar vuelta 180 grados las cosas. El sindicalismo de hoy mantiene los vicios del de ayer, extraña la etapa de sociedad con el poder. Y salen a demostrar que son mucho más que él. Y lo son porque Cristina se va en el 2015 y ellos hace 30 años que siguen haciendo y deshaciendo a sus anchas. Y para colmo de males, hoy gran parte de la sociedad hastiada, lo venera, lo reclama.
Vuelve a ver el Hugo Moyano rubio y de ojos claros, y al Barrionuevo de la pizza y el champagne. Y en la resignación arriba comentada, piensa en silencio porque el miedo no permite hacerlo en voz alta: “Con Menem estábamos mejor. Con Menem ésto no pasaba.”
Scioli y Massa lo saben y trabajan en consecuencia. Ambos se preparan para que vuelva la “fiesta” aún cuando reciban tierra arrasada y el populismo sea su timón y su ancla. Pero ahora, ambos también saben que los jeques sindicales aguardan, no para sumar sino para pactar como pasó también en los 90.
Moraleja: en Argentina, guste o no, el poder se comparte…
Gabriela Pousa
1 comentario:
Excelente aporte, Don Sine.
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