Dilemas del primer pensador nacional
07:25 06/06/2014
JAMES NEILSON
De no haber sido por el nombre que eligieron Cristina y sus asesores, si los hay, para el cargo que desempeñará Ricardo Forster, a pocos les hubiera sorprendido que la ministra de Cultura Teresa Parodi haya querido contar con la colaboración de un académico cuyas ideas le parecen debidamente progresistas. Pero, como el propio Forster entenderá, llamarse "secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional" es de por sí más que suficiente para ponerlo en ridículo.
Como es natural, le molesta mucho que los impresionados, o divertidos, por la decisión oficial de darle un cargo de connotaciones tan totalitarias lo comparen con Joseph Goebbels, el hombre que ocupó un puesto similar en el régimen de Adolf Hitler. Tal vez, por ubicarse en la franja izquierdista del mapa ideológico –dice ser producto de la Escuela de Frankfurt–, Forster preferiría que los extrañados por la novedad pensaran en el equivalente soviético de Goebbels, el intelectual en jefe estalinista Andrei Zhdanov, un hombre que con vigor ejemplar luchó contra el desviacionismo en todas sus formas, haciéndoles la vida imposible a sujetos como Boris Pasternak, Anna Akhmatova, Dmitri Shostakovich y Sergei Prokofiev, que se negaban a respetar la línea oficial.
Con todo, aun cuando quisiera respaldar sus propias convicciones con el poder policial del Estado, a diferencia de sus ilustres precursores en Alemania y la Unión Soviética Forster no podrá castigar a quienes atentan contra el pensamiento nacional. Ni siquiera amordazar a los enemigos del ser patrio. A lo sumo le será dado impedirles conseguir subsidios públicos, tratándolos como otros funcionarios kirchneristas tratan a los odiados medios "monopólicos" con la esperanza de que mueran de hambre. Tendrá que limitarse a repartir premios entre quienes a su juicio defienden ideas debidamente patrióticas, publicar sus obras en ediciones baratas, darles sinecuras en la ya superpoblada burocracia estatal y escribir más cartas abiertas para que la ciudadanía se aferre al gran proyecto kirchnerista.
La jefa inmediata del primer filósofo nacional, la cantatriz folclórica correntina Teresa Parodi, fue nombrada ministra por Cristina con el presunto propósito de defender la cultura nacional contra las ideas extranjeras que, como nos ha advertido, la amenazan. A Cristina le parece igualmente nocivo el elitismo, que es foráneo por antonomasia, razón por la que, en el 2010, optó por hacer del stand argentino en la Feria del Libro de Frankfurt un altar a las auténticas glorias culturales nacionales: Diego Maradona, Evita Perón, el Che Guevara y Carlos Gardel, además de sí misma. Después, cuando alguien le informó que no se trataba de una versión teutona de la Feria del Libro porteña sino de un encuentro de editores más interesados en firmar contratos que en prestarse a campañas propagandísticas o asistir a fiestas populares, Cristina aceptó incluir en la nómina de representantes de la argentinidad a los literatos antiperonistas Jorge Borges y Julio Cortázar, haciendo así gala de la amplitud de miras que la caracteriza.
Parecería que para Cristina y sus militantes, entre ellos Teresa, la cultura burguesa es demasiado libresca. Puede que la presidenta no sea una "analfabeta", como espetó con crueldad hace poco el novelista español Arturo Pérez-Reverte y como a veces ha dado a entender su colega peruano Mario Vargas Llosa, pero puesto que en una ocasión confesó en público que le costaba mucho entender lo que quería decir Cervantes en sus escritos, es de suponer que le gusta más escuchar cantar a Teresa o bailar que perder el tiempo leyendo libros, a menos que sirvan para suministrarle algunas consignas útiles.
Según el decreto que se publicó en el Boletín Oficial, Forster tendrá que "diseñar, coordinar e instrumentar una usina de pensamiento nacional". Que los comprometidos con una agrupación política determinada financien "usinas" para que les aporten las ideas que necesitan es, claro está, perfectamente legítimo; en los países democráticos hay miles de tales entidades y algunas cumplen funciones muy valiosas. Lo que no es tan legítimo es que todos los contribuyentes se vean obligados a financiar una que, es de prever, se limite a fabricar propaganda partidaria. Si bien los peronistas nunca han sabido distinguir entre el gobierno, que en la actualidad es suyo, por un lado y, por el otro el Estado, que siempre es de todos, el que buena parte del país se haya acostumbrado a confundirlos es un síntoma, uno más, del atraso político que tanto ha contribuido a mantenerlo postrado.
Forster jura que no se propone hacer de su repartición "un comisariato político", que habrá lugar hasta para "la tradición liberal". Si realmente está dispuesto a apostar por el pluralismo, no tardará en chocar con otros funcionarios que le recordarán que fue nombrado para promover "el pensamiento nacional" que, suponen, es forzosamente diferente de las variantes de distintos países de Europa, Asia y América del Norte. Tal actitud, que ha merecido la adhesión fervorosa de muchos pensadores "nacionales", es de origen foráneo; a comienzos del siglo XIX, la adoptaron alemanes indignados por la hegemonía intelectual francesa y, más tarde, franceses horrorizados por la creciente influencia anglosajona.
Bien que mal, a esta altura no hay forma de separar "lo nuestro" de "lo ajeno" en países latinoamericanos que son irremediablemente cosmopolitas. Por nacionalista que se crea, Forster es, como subraya, de formación europea, o sea, foránea. Para curarse de tal deficiencia, tendría que ponerse a escribir y pensar en guaraní o, quizás, mapuche y olvidar lo aprendido de extranjeros como Walter Benjamin.
Aunque el primer pensador oficial no se sienta constreñido a ir tan lejos, la tarea que le aguarda no será sencilla. Como funcionario de un gobierno que por motivos ideológicos parece resuelto a nivelar hacia abajo, le sería exigido privilegiar la llamada cultura popular, una modalidad ecléctica a un tiempo politizada y comercializada que no se presta tan fácilmente a la manipulación gubernamental, mientras que la oficialmente despreciada cultura de elite –libros, música clásica, pintura y otras antigüedades–, que a Forster mismo le gustaría impulsar, es casi inmune a los encantos del populismo. Puede que nos sorprenda el profesor al resultar mucho menos dogmático de lo que uno esperaría del encargado de la "coordinación estratégica para el pensamiento nacional"; de ser así, tanto él como los responsables de designarlo habrán sido víctimas de un gran malentendido.
2 comentarios:
Cuando uno piensa que nuestros ilustres políticos no pueden caer más bajo, siempre aparece alguno que lo logra.
Aprovechá bien tu cargo, Forster, mugriento asqueroso, que en el 2015 salís como rata por tirante. Y el resto de la escoria con vos.
Yo mejor trato de no pensar así no me detecta la AFIP.
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