26 de mayo de 2015

Más panfletos antinazis

Los manifiestos de La Rosa Blanca

II

Con el nacionalsocialismo no se puede debatir intelectualmente, porque es anti-intelectual. Es erróneo hablar de la ideología nacionalsocialista, pues si esta existiera, habría que intentar demostrarla o combatirla con medios intelectuales. Pero la realidad nos muestra una imagen distinta: ya desde su primer germen, ese movimiento se construía sobre el fraude, ya desde entonces presentaba descomposición en su interior y sólo se podía salvar mediante la mentira continua. El mismo Hitler, en una edición temprana de su libro (un libro escrito en el peor alemán que jamás he leído; y sin embargo ha sido elevado al carácter de Biblia por el pueblo de los escritores y pensadores): «Es increíble cómo hay que engañar a un pueblo para gobernarlo». Si, en sus comienzos, este cáncer del pueblo alemán no se hizo notar demasiado, sólo fue porque aún había suficientes fuerzas capaces de contenerlo. Sin embargo, conforme fue creciendo y llegó al final al poder mediante una corrupción vil, se desató el cáncer y afectó a todo el cuerpo; la mayoría de los antiguos enemigos se ocultó, la inteligencia alemana se escondió bajo tierra para ahogarse paulatinamente, oculta a la luz del día. Ahora lo importante es encontrarse mutuamente, informar uno a uno y no cejar hasta que el último se haya convencido de la necesidad de luchar contra ese sistema. Si, así, se extiende una oleada de protesta por el país, si «está en el ambiente», si muchos colaboran, entonces será posible deshacerse de este sistema, con un último y potente esfuerzo. Un final espantoso es mejor que un espanto sin fin.

No nos es dado emitir un juicio sobre el sentido de nuestra historia. Sin embargo, si queremos que esta catástrofe sirva para el bien, sólo podrá serlo de este modo: siendo purificados por el sufrimiento, anhelando la luz en la noche más profunda, alzándose para ayudar por fin a quitarnos este yugo que está subyugando al mundo.




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En esta hoja no queremos hablar de la cuestión judía; no deseamos escribir ninguna defensa. No, sólo como ejemplo queremos incluir el hecho de que desde la conquista de Polonia han sido asesinados bestialmente trescientos mil en ese país. En esto comprobamos el horrible crimen contra la dignidad de la persona humana, que no tiene parangón en la historia de la Humanidad. También los judíos son seres humanos -se piense como se piense sobre la cuestión judía- y esto se ha hecho contra seres humanos. Quizá alguien diga que los judíos se merecían ese destino; esa afirmación sería una arrogancia inaudita; pero suponiendo que alguien lo dijera, ¿qué opinaría sobre el hecho de que toda la juventud noble polaca hubiese sido aniquilada (¡Dios quiera que todavía no lo haya sido!)? ¿De qué modo, preguntarán, se ha hecho? ¡Todos los descendientes masculinos de familias nobles, de entre 15 y 20 años, han sido deportados a campos de concentración a Alemania, para hacer trabajos forzados, y todas las chicas de la misma edad a Noruega, a burdeles de la SS! ¿Para qué mencionamos todo esto, si ya los conocen ustedes, y si no estos, sí otros crímenes de la misma gravedad perpetrados por esos horribles infrahombres? Porque se trata de una cuestión que nos afecta profundamente a todos y que nos tiene que dar que pensar a todos. ¿Por qué se comporta tan apáticamente el pueblo alemán frente a todos esos crímenes horrendos e inhumanos? Prácticamente nadie reflexiona sobre esto. Se acepta como un hecho y se olvida. De nuevo, el pueblo alemán duerme un sueño estúpido y sordo, y anima y da ocasión a los criminales fascistas a seguir actuando... y lo siguen haciendo. ¿Será esto un signo de que los alemanes se han embrutecido en sus sentimientos humanos más primitivos, de que en ellos no se despierta ningún sentimiento frente a tales hechos, que han caído en un sueño letal, del que ya no hay despertar, nunca más? Así parece y lo será ciertamente si el alemán no despierta por fin de esa indiferencia; si no protesta allí donde pueda, contra esa camarilla de criminales, si no tiene compasión con esos cientos de miles de víctimas. Y ha de sentir no sólo compasión, sino mucho más: complicidad, pues con su apático comportamiento da a esos personajes turbios la posibilidad de actuar, soporta ese «gobierno» que ha cargado sobre sí una culpa infinita; ¡él mismo es culpable de que pudieran cometerse esos crímenes! Cada uno desea liberarse de esa complicidad, cada uno lo hace y vuelve a dormir con la conciencia más tranquila del mundo. Pero no puede absolverse, ¡cada uno es culpable, culpable, culpable! Sin embargo aún no es demasiado tarde para desembarazarse de este gobierno, el más abominable, para no cargar aún más culpa sobre sí mismo. Ahora, después de que en los últimos años se nos han abierto completamente los ojos, ahora que sabemos con quiénes tratamos, ahora ha llegado el momento de aniquilar esa banda. Hasta el estallido de la guerra, la gran mayoría del pueblo alemán estaba cegada; los nacionalsocialistas no mostraron su verdadera figura; pero ahora, que se les ha reconocido, el deber único y más alto, el deber sagrado de todo alemán ha de ser aniquilar a esas bestias.


Cuando el gobierno no se inmiscuye,
el pueblo es diligente.
Cuando el gobierno es activo,
el pueblo es indolente.
La desgracia reposa en la dicha,
y la dicha reposa en la desgracia.
¿A dónde llevará esto?
El final no se aprecia.
La rectitud degenera en extravagancia
y la bondad en monstruosidad.
El pueblo queda confundido.
Mucho tiempo hace que el hombre se engaña por esto.
Así, el sabio es recto pero no tajante, anguloso pero no hiriente,
firme pero no insolente, claro pero no deslumbra.
Lao-tse.

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«Quien intenta dominar el reino y configurarlo de acuerdo con su arbitrariedad; le veo no conseguir su objetivo; eso es todo.»
«El reino es un organismo vivo; ¡en verdad, no puede ser hecho! Quien quiere hacerlo lo echa a perder; quien quiere adueñarse de él, lo pierde.»
Por tanto: «De los seres, algunos van por delante, otros les siguen; algunos respiran caliente, otros frío; unos son fuertes, otros débiles; algunos consiguen la plenitud, otros sucumben.»
«El alto hombre abandona la exageración, abandona la soberbia, abandona el abuso.» Lao-tse

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Le rogamos haga de este escrito el mayor número de copias posible y las difunda.

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