Un par de veces dije por acá (o lo quise decir y no lo hice... es la cosa de tantos posteos) que Rusia y la Argentina guardan para mí paralelismos notables. Que no descubrí yo, quizás las anticipó Sarmiento cuando hablaba de nuestros vacíos asiáticos.
El caso es que es suficiente ver cómo el brillante patrimonio edilicio decae sin remedio, la infraestructura de tiempos soviéticos languidece y cualquier imagen del interior ruso trae asociaciones con la realidad argenta: trenes descascarados, puentes oxidados, rutas con mas baches que pavimento...
Mientras tanto, la mirada decadentista se centra no en los momentos en que realmente les y nos fue bien, sino en el cenit totalitario. Mientras acá, para el 1º de mayo resurge todo el folklore peronista, en la Madre Rusia se sacan a la luz los íconos del stalinismo, en este caso reviviendo la estatua del obrero y la koljosiana (Rabochi i koljóznitsa) de Vera Mukhina que en 1937 presidió el pabellón soviético en Paris.
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