30 de mayo de 2005

No hay que llorar por Bolivia

Súbitamente Bolivia aparece en todos los medios argentinos. Hace un año, cuando el coma ya era irreversible apenas el interés llegaba a un par de líneas, y algún comentario liviano sobre los personajes más visibles del proceso de desintegración social y política del país, Evo Morales y Felipe Quispe.
Hoy que la situación se encamina a un desenlace -no necesariamente inminente, pero no muy lejano- el gobierno, los analistas, y al final la prensa, parecen darse cuenta que la situación es seria y no una más de la larguísima sucesión de conmociones institucionales que marcaron los de vida boliviana.
Lo mas notable de ésta reacción tardía es que priva en los análisis la preservación del status quo. Para todo el mundo resulta de interés preservar las instituciones, el sistema político y la integridad boliviana, con miradas que van desde el reduccionismo acrítico a la piedad progresista de quienes ven en Bolivia el resultado del determinismo geográfico combinado con las imaginarias consecuencias del capitalismo e imperialismo más salvaje. En todos prevalece una suerte de horror a que la situación termine resolviendose -como yo supongo- en un desmebramiento del país.
Bolivia ya no existe. De hecho, hace muchas décadas que no es mas que una formalidad política, un voto en la ONU y poco nada más que una bandera y un nombre en el mapa. Y los bolivianos, los del norte indígena, los del oriente productivo pretenden más que eso. Pero sucede que lo que pretenden es diametralmente opuesto. En unos la ambición es retroceder más allá del Collasuyo y recrear la organización colectivista de los ayllus aimaras. En otros apenas integrarse al mundo, ordenarse mas o menos como cualquier otro país del planeta y alcanzar algún grado de avance que trascienda la decadencia eterna y desesperanzadora.
¿Qué hay en una bandera, en un nombre, en un mapa que pueda asegurarles a unos u a otros la realización de sus sueños? Hasta ahora nada. Ya es momento que los más de ocho millones de hombres y mujeres encuentren la manera de encaminar sus proyectos. ¿O no es ese el fin que deberían perseguir los estados?. No hay que llorar por Bolivia. Y espero que los bolivianos no tengan que llorar por otra, definitiva frustración.

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