Una condena que ya lleva sesenta años

Corría 1943 cuando un golpe militar protofascista derrumbó los últimos jirones que quedaban de la República liberal que para entonces magullada y maltrecha, sobrevivía a pesar de los vicios y defectos que la élite gobernante no supo desterrar, y que en los diez años anteriores había encarado medidas decididamente contradictorias al propio ordenamiento constitucional, con la creación de un Banco Central, y principalmente con la instauración del Régimen de coparticipación fiscal en 1935
Depuesto el intrascendente Castillo con la sucesión de generales al poder llegó el primer descabezamiento masivo de la Corte Suprema, que aún intentaba preservar a las provincias de los avances del Estado Federal, principalmente instrumentados desde la Secretaría de Trabajo, donde el entonces Coronel Perón preparaba su obra maestra: capitalizar para sí el golpe que había instrumentado desde el GOU.
En 1945, cuando sus planes de pustch quedaron en evidencia, los generales con menos tino que cabeza optaron por hacerlo renunciar a sus cargos, y confinarlo en la Isla Martín García. Con esto sólo consiguieron que se montara una pueblada, que finalmente los expulsó del gobierno y encaramó en la Casa Rosada a Perón, que durante diez años ejerció el poder autocráticamente, confundiendo deliberadamente persona con partido y partido con estado. Que durante 18 en el exilio jugó a seducir a la izquierda revolucionaria, y que tras un breve paso por la presidencia deshizo sus promesas, desatando la represión ilegal, ahondando el caos con su muerte inoportuna en 1974.
Un sujeto que instauró un sistema de poder basado en el clientelismo, en la extorsión, la prebenda y el corporativismo que hizo más daño en la Argentina que la peor secuencia de desastres naturales, porque dañó no lo físico sino lo más intangible del país: su moral.
La República, desde entonces vive condenada.
Y hoy todavía, acá nomás, hay imbéciles que lo celebran.

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