Yo se que tu sabes que yo se

En 1982 pasaban demasiadas cosas en la Argentina como para prestarle mucha atención al cine extranjero. Pero ese año en Italia se produjo una comedia dramática con el mismo título que el de éste post: Io so che tu sai che io so.
El protagónico era de Alberto Sordi, un tipo que por error, descubre que lo que parece estar todo bien en su casa es apenas una puesta en escena: la mujer lo engaña, la hija es drogadicta y él mismo sufre una enfermedad terminal.
Hoy la Argentina está igual que Fabio Bonetti, el personaje de Sordi. Todo el mundo sabe de pequeños detalles que permiten conocer que lo que parece andar diez puntos es una farsa, y sin embargo se sigue adelante con el engaño. El acto de ayer, es una buena muestra. El gobierno sabe positivamente que la gente que llenó la plaza mayormente fue por los pesitos que le dieron, por el pancho y la coca, o por el viaje gratis. Sabe que no hay fidelidades absolutas, pero festeja el amontonamiento de aplaudidores pagos como si fuera una muestra de fidelidad sincera.
En base a esa multitud alquilada, sale a anunciar una apertura pluralista, en un uso insólito del término ya que inmediatamente descarta cualquier diálogo con los opositores.
La prensa sigue el juego. Aunque conoce perfectamente cómo se arma la ficción de popularidad, no saca los pies del plato y elogia en grandes titulares la "plaza de la paz".
La ficción se apodera de cada gesto de la política. Así 164 legisladores deciden que un diputado elelcto no es "moralmente idóneo" para ingresar a la cámara, aunque muchos de ellos compartiron las papeletas con el cuestionado y callaron, demostrando que la idoneidad moral no es precisamente un don abundante en el Congreso.
Como en la película italiana, todos hacen como que no supeieran que saben que lo que parece estar bien está mal. Sacan a una legisladora de la comisión que trata los asuntos del campo, por tomarse el atrevimiento de opinar como los productores y no como el gobierno. Y para avalar su despido caciques políticos que se odian entre sí, se saludan y abrazan para la foto, como si fueran amigos de toda la vida.
Lo terrible es que a ésta altura cada vez engañan a menos gente. Ni los protagonistas, ni los medios, ni los comentaristas. Toda realidad es inmediatamente desmenuzada en cien versiones de ficción, y toda ficción en cien menudos de realidad.
Y todos, o casi todos, pretenden que creen las mentiras, y esperan que la verdad nunca asome.