Hace apenas veinte minutos, mientras caminaba por el centro de Rosario me sorprendieron las sirenas.
Ambulancias, móviles policiales, de la Guardia Urbana. Sirenas.
En el medio del ruido de fondo de la actividad de la ciudad, las sirenas.
No sé cuántos habrán notado este homenaje, pero por un momento me pareció que la distancia, y el tiempo se borraban y aquel 18 de julio, en Pasteur 663, estaba acá nomás.
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