Tiempos de incertidumbre
Pronosticar el pasado es fácil, pero el futuro, sobre todo en el terreno económico, no se presta a vaticinios seguros. Es por eso que un día los mercados financieros, abrumados de pesimismo, se desploman, borrando de golpe valores de vaya a saber cuántos miles de millones de dólares, y el siguiente pegan un salto que les permite recuperar lo perdido. Si los economistas fueran científicos, nada de eso ocurriría, ya que se sabrían cuáles acciones deberían subir y cuáles caerían, pero sucede que la característica principal del capitalismo liberal, la que lo hace más dinámico que las alternativas que se han ensayado, es precisamente la incertidumbre. Por lo demás, hasta la información más fehaciente puede interpretarse de manera diversa, razón por la que con frecuencia los mercados reaccionan ante una noticia presuntamente esperanzadora desmoronándose.
Puesto que a pocos les agrada la incertidumbre, siempre han resultado atractivas las recetas de quienes se afirman decididos a abolirla. Durante buena parte del siglo XX, muchísimas personas, incluyendo a la mayoría de los intelectuales, confiaban en que servirían para tal fin los planes quincenales redactados por comunistas o socialistas en que se preveían con exactitud meticulosa cuántos pares de medias, cuadernos, coches, tractores, plantas energéticas y así interminablemente por el estilo serían producidos cada mes en los cinco años siguientes, de suerte que todos sabrían lo que les aguardaba. Pero el sueño de una economía previsible no tardó en degenerar en una pesadilla. En vez de crear un mundo mejor, los planificadores se las arreglaron para dar luz a un monstruo cuyos intentos rabiosos de ocultar sus deficiencias causarían la muerte o la esclavización de decenas de millones de personas.
1 comentario:
A los que sueñan con utopías no les importa la realidad. Tratar de hecerlos razonal es perder el tiempo.
Publicar un comentario