15 de octubre de 2008

Parábola naval

Viviendo de cara al Paraná, uno se acostumbra a ver pasar buques enormes. Doscientos y pico de metros de puro fierro. Capaces de tragarse la producción de cientos y cientos de hectáreas, y llevarla sin perturbarse a cualquier rincón del mundo.
De verlos, y aunque se sabe de su real fragilidad, uno termina asumiendo a estos artefactos como casi indestructibles, y supone (o espera) al final de una larga vida de servicio, los aguarde un final en alguna playa lejana como Alang, donde se van a convertir pacíficamente en chatarra que reencarnará en ollas y sartenes, o con un poco de poesía, en nuevos buques.

Pero no siempre. A veces, estas bestias, y cuando parece que nada puede conmoverlos, los termina una tormenta inesperada.

Esto le pasó el pasado 11 de octubre al Fedra, que en medio de un temporal se hizo trizas al dar contra Europa Point, en Gibraltar.

1 comentario:

MarcosKtulu dijo...

Se partió literalmente en dos. El otro buque de bandera liberiana que quedó varado tal vez lo salven.