30 de noviembre de 2008

El trabajo y la libertad

El martes pasado, en la UIA, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner presentó el plan oficial para enfrentar la crisis financiera global.
'Vamos a enviar en el mismo proyecto un instrumento que permita poner de negro a blanco a los trabajadores en la República Argentina', anunció la mandataria.
Quienes escucharon con atención ese párrafo del discurso presidencial fueron los al menos 300 empleados del Ministerio de Economía que, con la excusa de una pasantía encubierta en un “contrato de locación de servicios”, firmaron un 'contrato basura', que desde la CTA no dudan en calificar como 'trabajo en negro'.

Perfil

En realidad, todos los empleados -públicos y privados- deberían estar simplemente contratados, y por un tiempo limitado.
Eso permitiría descartar fácilmente a los inútiles, y le daría un dinamismo impensado al mercado laboral en estas tierras de promisión.
Todas las llamadas 'conquistas sociales' se hicieron a costa de los que no se benefician con ellas.
El viejo slogan que 'el trabajo no es una mercancía' ha sido un formidable obstáculo para el desarrollo y el crecimiento de la sociedad.
El trabajo no es más que uno de los factores de la producción, junto con la tierra y el capital.
El precio del trabajo es el salario, y se rige -como todas las cosas- por la oferta y la demanda.
Las formalidades legales exigibles deberían ser mínimas, y de los asuntos previsionales, seguros médicos, etc, debería ocuparse solamente el trabajador, porque únicamente a él le conciernen.
Cuando los hábiles trabajan lo único que hacen es participar en la producción de un valor agregado, y eso está en relación directa con su talento y su empeño.

La mejor forma de organizar las relaciones laborales erradicando de una buena vez los efectos devastadores de los sindicatos es adoptando principios como los que caracterizan el Yellow Dog.

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