20 de enero de 2009
¿Quiere una langosta?
El hospedaje no se parecería a las habitaciones de lujo que muestran los hoteles de Varadero o Cayo Coco, pues nuestros turoperadores sugerirían cuartuchos en Centro habana, solares en Buena Vista y un abarrotado albergue de damnificados por los huracanes.
Los turistas que compren este paquete no podrán manejar moneda convertible y para sus gastos de dos semanas contarían con el salario medio de un mes: trescientos pesos cubanos.
De esta forma, no podrían montarse en taxis de divisa ni conducir un auto rentado por las carreteras del país; el uso del transporte público sería obligatorio para los interesados en esta nueva modalidad de viajes.
Los restaurantes les estarían vedados a quienes opten por esta excursión y recibirían un pan de ochenta gramos cada día.
Quizás y hasta tengan la suerte de alcanzar media libra de pescado antes de que salga el vuelo de regreso.
Para moverse a otras provincias no contarían con la opción de Viazul, aunque en lugar de estar tres días en la cola para un boleto, podría dárseles la ventaja de comprarlo después de sólo una jornada de espera.
Tendrían prohibido el subirse a un yate o contratar una tabla de surf, no fuera a ser que terminen su estancia a noventa millas y no en nuestro 'paraíso' caribeño.
Al finalizar su estancia, los arriesgados excursionistas obtendrían un diploma de 'conocedores de la realidad cubana'...
Generación Y
Si bien es cierto que cuando sos turista casi siempre te llevás una visión idílica del lugar que visitás, en el caso especial de Cuba la diferencia entre lo que percibís y la realidad de la mayoría de sus habitantes es abismal.
Yoani lo expresa -como siempre- con arte y gracia.
Yo recuerdo una vez cuando estaba en una playa de Cuba y se me acercó tímidamente un jovencito ofreciéndome una langosta por un dólar.
Bueno, yo me lo tomé como un chiste, y para que me deje en paz le dije que sí.
La cuestión es que el chico se puso unas antiparras y se mandó al mar, internándose peligrosamente hasta que casi dejé de verlo.
Al rato volvió con el pobre animalito.
Por supuesto que le dí su dinero y rechacé la langosta.
¿Qué podía hacer una turista -especialmente yo- con una langosta vivita y coleando?
Entonces me explicó -señalando unas palmeras- que si esperaba unos minutitos él tenía por ahí escondida una ollita con agua hirviendo y que enseguida me la traía cocida.
Finalmente, me rogó que no lo denunciara, porque lo que había hecho estaba muy mal, y que si lo agarraba la policía lo iban a moler a trompadas y lo encarcelarían por varios años.
En ese viaje pude comprobar por mí misma que con un par de calcetines o un tubo de pasta dental podía conseguir muchas cosas.
Y que con unos pocos dólares, bueno... no te imaginás.
En todo el mundo hay pobreza -por supuesto- pero en Cuba todo el mundo -menos la clase gobernante- es en extremo y dolorosamente muy pobre.
La anécdota de la langosta es una de muchas que atesoré en esas vacaciones, y no sé por qué al leer el trágico post de Yoani me acordé.
PS: la langosta -lamentablemente- no es kósher.
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3 comentarios:
De mar o un saltamontes?
Obvio, la de mar.
Claro, sino sería un programa de Marley
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