No en el sentido en que la izquierda se refiere al pensamiento dominante, sino en uno más vulgar: dejó la impresión de que dispone de la misma pieza oratoria cualquiera que sea su auditorio: el plenario de la ONU, los reyes de España, la clientela del conurbano o la Asamblea Legislativa.
Conviene empezar por las formas.
La Presidenta, que se jacta de ser tan buena oradora como para prescindir de los papeles, habló sin leer, como si estuviera en el Salón Blanco o en su antigua banca de legisladora.
Sin embargo, Nicolás Avellaneda, Juan Domingo Perón o Raúl Alfonsín no ponían sus palabras por escrito porque no supieran hablar en público, sino porque los mensajes presidenciales al Congreso constituyen un género institucional -lo inauguró Washington en 1790- en el que la lectura es un homenaje a la jerarquía de los receptores y a la relevancia de lo que se va a exponer: un balance oficial de la administración y una recomendación para la agenda legislativa del año.
La escritura también evita algunos errores.
Si la señora de Kirchner hubiera llevado papeles se habría ahorrado -es lo de menos- varias discordancias entre sujeto y predicado; habría mencionado su presunto programa institucional, de seguridad o de política exterior, y habría dejado inauguradas las sesiones ordinarias del Congreso, que era el cometido litúrgico de su visita a esa casa.
Las formas hacen al fondo.
La Nación
La impresentable botóxica infame es, además, una ordinaria y una farsante.
Sigo el hilo de Jorge, aquí.
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