El principio republicano de las barreras a la autoridad de los gobernantes incluye y presupone el límite temporal por el que se designa al mandamás para que nos represente y administre al Estado.
La mayoría no puede imponernos al mismo mandatario por tiempo indefinido sin violar la esencia del pensamiento republicano.
No se trata de que sea buen o mal gobernante: para ser un buen gobernante hay que saber entregar el mando pacíficamente y ser reemplazado por otro ciudadano elegido para encabezar el servicio público.
El argumento de orden práctico es aún más débil.
En realidad, es imposible acabar la obra de gobierno, como si se tratara de la edificación de una casa, con un principio y un fin, porque la naturaleza de los problemas va cambiando constantemente y las sociedades alteran el orden de sus prioridades.
Una catástrofe natural, una importante innovación técnica, una grave conmoción social o un simple cambio en la realidad económica internacional pueden modificar la situación y descarrilar los planes de gobierno.
En rigor, eso es lo que siempre sucede. Los gobernantes electos llegan al poder y ponen proa rumbo a cierto destino, mas los vientos inmediatamente comienzan a desviarlos de sus objetivos.
Pero para eso existen las instituciones: el que viene detrás enmienda, corrige el derrotero, y reordena las prioridades de acuerdo con la nueva realidad.
Un presidente no es otra cosa que el capitán provisional de un buque condenado a navegar eternamente.
Jamás ha existido sobre la tierra un gobernante que haya cumplido con todos los objetivos que se ha propuesto.
Para que eso suceda tendría que haberse producido una parálisis social e histórica exactamente en el punto en el que formuló sus planes de gobierno.
De ahí que la tarea más importante, para cualquier estadista realmente responsable y preocupado por el destino nacional, es fortalecer las instituciones para que la transmisión de la autoridad funcione de una manera natural, admitiendo, aunque contradiga su natural egocentrismo, que el andamiaje republicano no ha sido concebido para cultivar el caudillismo de los hombres excepcionales, sino la sosegada alternancia en el uso del poder.
Como reza el melancólico dictum: 'los cementerios están llenos de personas imprescindibles'.
Carlos A. Montaner
Si no se respetan estos principios, la democracia no existe.
Porque las repúblicas fueron creadas únicamente para impedir la aparición de tiranías, incluidas las de la mayoría.
2 comentarios:
Exacto. Y pasamos a tener una nueva clase de nobleza, que de noble no tiene nada. Igual que la antigua.
Me acuerdo de cuando los que buscaban la re-reelección de Menem decían que el Carlo era una especie de perseguido por ser la única persona del país a la que se le impedía ser candidato; que eso se debiera a lo que dice la Constitución era un detalle que no les importaba a esos caraduras.
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