La kermesse del empresariado, en estado de asamblea, se brinda en un marco de magistral achicamiento de la economía. Abreviaturas que, desde la política, parecen no interesar. Emergen en un proceso, justamente acelerado, de desinversión. Constatación, en definitiva, que en la Argentina nadie pone un mango, aunque La Elegida inaugure fábricas de galletitas en Santiago, y una calle en San Martín.
De todos modos, el fantasma de la desinversión espanta menos que la generosa salida, del circuito, de dos mil millones de dólares mensuales. Fuga de glucolines. Superior a los dos millones de dólares por hora.
El penoso registro, para ser mejor ilustrado, reclamaría conferencias severamente magistrales de De Pablo, Monteverde y Cachanovsky. Con aportaciones semiológicas de Carolina Mantegari, porque mantiene, a los argentinos, habituados a un infortunio exactamente peor. El achicamiento espiritual. La autodevaluación de la identidad. El provincianismo cultural que produce la cotidianeidad del aislamiento. La certeza de resignarnos a saber que la colectiva ineptitud no despierta, siquiera, asombro. Menos aún perplejidad. O lástima.
En adelante, pasada la contabilidad del sufragio, es el turno de la pugna por los despojos. Disputa de mesa de saldos en liquidación. Es lo que hay.
(Jorge Asís)
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