El argentino medio puede reaccionar como un asesino al volante. Puede incluso crisparse hasta límites delirantes de violencia en medio minuto, sólo por alguien que se atreva a cruzarle otro auto… en alguna maniobra imprudente. Menos que eso… sólo porque alguien lo mire mal.
Pero, raramente, el virus lo mantiene con su semblante impávido… aún si lo toman por idiota todos los días, aún acaso si lo humillan reiteradamente, mintiéndole, falseándole todos los parámetros de la vida y obligándolo a vivir en una especie de jungla de inseguridad pese al enorme salvajismo impositivo al que lo someten.
Gustavo A. Bunse
3 de noviembre de 2009
La comarca de los impertérritos
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