Llueve en Buenos Aires y es el fin del mundo.
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Pero cientos de miles de mujeres en la tierra de promisión de la
descerebrada infame caminan kilómetros bajo el rayo del sol con un bidón a cuestas para conseguir -de una inmunda canilla pública- un poco de agua potable para sus hijos, y nadie -ni ella- dicen nada.
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