Más sobre el tema que trata Carlos aquí.
(como no pude dejarle comentario...)
Fragmentos del Editorial de La Nación del domingo
En la Argentina, el pasado se ha entrelazado con el presente, se ha convertido en un argumento de la lucha por el poder, en una justificación para impugnar al otro, o para someterlo. En las reminiscencias que dominan estos días conviven dos actitudes. La vocación por comprender lo que sucede a partir de lo que sucedió, junto con la aspiración de poner una interpretación del pasado al servicio de la acumulación de poder.
Esta doble dimensión explicativa entraña algunos riesgos. El más frecuente es el del anacronismo. Se trata de un error con varias modulaciones. Una de ellas consiste en evaluar a quienes actuaron en el pasado como si hubieran estado en posesión de la información y de las categorías con que contamos en el presente. Otra manifestación del anacronismo ocurre cuando se juzga el comportamiento presente de un actor como si fuera la repetición automática de cosas que hizo en el pasado.
La primera desviación consiste en negar la autonomía relativa que tiene todo pasado, para atraparlo en nuestras formas de pensar o de sentir. La segunda supone condenar a una persona o a un grupo a seguir siendo siempre lo que fue en un momento determinado. Ambas distorsiones están alimentadas por la misma raíz: la impugnación del cambio, la supresión del tiempo, la transformación de la historia en presente eterno.
El error que opera detrás de estas visiones no se limita a un extravío conceptual, sino que está puesto al servicio de una operación política que entraña una perversidad moral. Se pretende manipular el saber sobre el pasado para poder esgrimir sanciones contra actores cuya conducta es difícil de objetar en el presente.
Para que esa maniobra sea posible es preciso, antes, fijar una versión canónica de lo que ocurrió. La historia, entendida como una construcción intelectual abierta, colectiva, ajustada a un método de investigación sistemático y sometido a control crítico, pasa a convertirse en un relato mítico indiscutible, administrado por el Estado con propósitos punitivos.
Esas construcciones autoritarias pretenden, a través de un congelamiento del pasado, congelar el presente. Negar el cambio histórico es negar la capacidad de las personas para sobreponerse a su propio pasado y a los imperativos del contexto para modificarse ellas y modificar el entorno.
Abolir la historia, como espacio abierto y compartido de interpretación e interrogación, es abolir la libertad. Es imponer la memoria propia o la del propio grupo sobre el resto de la sociedad. Es tratar de hacer creer que el pasado tiene una sola versión. Que sólo podría haber ocurrido lo que esa versión indica, porque el desenlace de eso que ocurrió es que hoy manda el que manda.
Detrás de toda tergiversación deliberada del pasado se esconde, entonces, una ambición desaforada de perpetuarse en el poder.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario