31 de julio de 2010

Recibimiento


El Palacio de la Cultura popular es una mole de cemento. Inmensa, espectacular. Símbolo gris de otros tiempos, que por Pyongyang, la capital de la República Popular Democrática de Corea -el nombre oficial de la comunista, controvertida y armamentista Corea del Norte- se conserva en esplendor. Suerte de Coliseo romano de siglo XXI, se nutre de festivales, espectáculos, conciertos bajo el resguardo oficial. También, claro, todo acontecimiento de gobierno, militar casi en exclusividad, que tienen como consecuencia glorificar a los líderes de un sistema que, evidentemente, no parece clausurado. Ese espacio, también, tiene otros fines. Algunos parecen de la Edad Media, cuando los seres humanos se asemejaban a animales. Algo de eso ocurrió días atrás. En un palco nada improvisado, los jugadores que integraron el seleccionado que perdió todos los partidos durante el Mundial, fueron blanco de los insultos, de los reproches, de las bajezas de unos 400 supuestos fanáticos (funcionarios, oficiales y estudiantes, en su mayoría), parados del otro lado del atrio. Escupitajos, proyectiles durante más de seis horas. Y los entusiastas jugadores -casi todos, amateurs- parados, inmunes, reprimiendo el deseo de contrarrestar tanta cobardía organizada. Hay más: Ri Dong Kyu, el relator de la TV pública, desde el atril, era el satisfecho encargado de destacar los desatinos de cada jugador, como si fuese un experto. Un acto de una bajeza propia de otro siglo. En vivo y en directo.

Canchallena

Creo que ni el más ácido escritor satírico hubiera podido imaginar un país más delirante y alejado de la realidad que la República Popular Democrática de Corea. Cada historia que sale de la tierra de Disco Kim parece o salida de un cuento de terror o material para una joda de Tinelli. Para variar, hoy no nos toca una historia sobre armas nucleares, amenazas de guerra en la península coreana o el misterio de quién sucederá al Querido Líder cuando estire la pata.

Esta vez le tocó a los embajadores del deporte norcoreano, que la ligaron feo por su desempeño en Sudáfrica 2010 y tuvieron que comerse seis horas de un escrache público y televisado que ya quisiera montar acá Hebe de Bonafini. A los jugadores les tocó el insulto a cargo de funcionarios y burócratas; al DT del equipo de la Idea Juche, una condena a trabajos forzados al mejor estilo stalinista.

Quiero imaginar que si Diegote y sus muchachos se enteraron de esto, deben estar ahora profundamente aliviados de que nuestro Gobierno nacional y popular les haya armado una parodia de recibimiento triunfal por su desempeño mundialista en lugar de una bienvenida al estilo Pyongyang.

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