Dos banderas

Es la obligación del patriota proteger a su país de su gobierno

Thomas Paine

Como se apuntaran en algunos posts anteriores, el acto del lunes en Rosario, fue ni más ni menos que un auténtico sainete.

Lo dramático es que se trató de otra vejación presidencial, cuya víctima indefensa fue, otra vez, la historia. Como en el 2010, esta tampoco fue una oportunidad congregante y conciliadora.

Y menos una excusa para constituir una afirmación de nación; la negación de esperanza y optimismo, de saber hacia donde vamos, o hacia donde queremos ir.

Definiciones tales como progreso, república e instituciones; ausentes con aviso. Tampoco fueron posibles las intenciones tales como gobernar, administrar y conducir. Me viene una frase dicha alguna vez por René Balestra: “Ese permanente esfuerzo por buscar nuestro futuro, mirando el espejo retrovisor”.

No hubo mensaje, ni siquiera contenido sobre continente. Esa metalectura que suele hacerse sobre los divagues presidenciales, intentando hallar ‘claves’ para saber que (le) pasa, no sirve de mucho; acá es imposible encontrar flores entre las piedras.

Cuesta entender, sin embargo, por que razón se las sigue regando.

No estoy muy de acuerdo en apuntarles a las autoridades municipales y provinciales por su presunta permisividad o pasividad en el acto. Una cosa es desviar el tránsito, armar el escenario y disponer la ubicación de la banda; otra cosa bien diferente es oficiar como anfitriones de una auténtica gavilla de irracionales, caracterizada por el desboque alucinado de la primera mandataria, y por una cada vez más reducida runfla de querubines.

Quedó claro; los lastimados y vilipendiados no fueron los mandatarios locales, precisamente.

Solamente quedó el recurso de actuar como en las fallidas fiestas familiares. Esperar que la reunión termine; despedir a la parentela, juntar, barrer, y apagar las luces.

Y desear que del próximo encuentro no se enteren ni aparezcan los que suelen arruinarlo.

Ayer, con un breve acto de bienvenida escolar, mi hija comenzó el segundo grado. Por tratarse de un colegio privado y confesional, tomé mis precauciones; estas ocasiones suelen ser más solemnes que significativas.

A pesar de mis previsiones, hubo sobriedad en las formas. Un par de recientes desgracias que enlutaron a la comunidad del colegio, marcaron el discurso religioso; pero cuando llegó el turno de la Directora, la atención de todos se centró en la brevedad y contundencia del mensaje:

Entre unos pocos párrafos, la docente dijo algo así como:

El acto de ayer, en la Cuna de la Bandera, no fue el verdadero espejo de nuestros sentimientos…

Belgrano ofrendó nuestra enseña nacional sin alaridos o bravatas, ni con el concurso de la prepotencia; lo hizo sin excluidos o con preferencias por unos sobre otros; acudiendo sin falsos llantos ni rebuscados pesares.

Su gesto lo coronó humildemente con la emoción propia de quien se entrega y propone bregar por una patria libre, soberana y pacífica. Algo que intentamos recrear diariamente a quienes nos debemos por entero, nuestros alumnos.

El aplauso y la ovación fueron atronadores.

Francisco (vía mail)