3 de mayo de 2012

Lectura para la oposición (y para el oficialismo)

¿Por qué un gobierno limitado?

Por Lawrence W. Reed*

Agradecemos a Luis A. Balcarce por la traducción  

El tópico de discusión esta tarde es: “¿Por qué un gobierno limitado?”. Estoy tentado a darles la respuesta más corta que alguna vez hayan escuchado, tan sólo dos palabras: “¿Por qué no?” Pero tal frívola respuesta, que quizá les haya hecho reír a más de uno de ustedes, no los habrá persuadido y habremos hecho muy poco por ganar la batalla de la libertad. En realidad, nuestro movimiento se ha olvidado últimamente de esta cuestión y por eso necesitamos una renovada visión sobre este importante tema.

Como hombres y mujeres que deseamos limitar el poder del gobierno, usualmente nos cruzamos con gente que no opina como nosotros. Una vez alguien dijo que nos iría mejor si describiéramos el Infierno antes que el Cielo. En todo caso, al defender la causa por un gobierno limitado, debemos aprovechar la oportunidad para recordarles a otros que estamos a favor de algo positivo y beneficioso para todos. Deseamos limitar el poder del gobierno, en último término, porque apoyamos la libertad y la sociedad abierta.

Deseamos limitar el poder del gobierno porque queremos maximizar las oportunidades, la creatividad y la libre empresa. Deseamos limitar el poder del gobierno porque queremos permitirles a todos llegar tan lejos les permitan sus talentos, sus ambiciones y su laboriosidad. Deseamos limitar el poder del gobierno porque queremos que la gente pueda alcanzar y realizar sus sueños, por ellos y por sus familias. Deseamos limitar el poder del gobierno porque queremos fortalecer otras instituciones de la sociedad civil que tienden a contraerse a medida que el gobierno aumenta su tamaño. Instituciones tales como la familia, la iglesia, la sinagoga, la mezquita, la colectividad y muchas otras asociaciones voluntarias que Tocqueville llegó a reconocer como el fundamento de la libertad en América y su seguridad en sí misma. Y deseamos limitar el poder del gobierno porque miles de años de Historia nos han servido de suficiente experiencia para aprender que es mejor confinarlo debidamente a unas mínimas pero cruciales funciones; de otro modo, mejor nos deje en paz.

Como movimiento debemos comprometernos con ciertos principios. No podemos andar por la vida como ese personaje de Groucho Marx que decía: “Estos son mis principios. Si no les gustan, ¡tengo otros!”.

Y en el corazón de nuestros principios básicos en relación al gobierno se encuentran unas verdades inexpugnables: Un gobierno no te ofrece nada que previamente no le haya sacado a otro ciudadano, y un gobierno que es lo suficientemente grande para darte todo lo que deseas también es lo suficientemente grande para incautarte todo lo que tienes.

A medida que me pongo más viejo, y más observo el proceso político, encuentro más obvio el hecho de que no hay manera que una empresa –y cualquier otra organización- funcione bajo esos parámetros. Los absurdos, deficientes y perversos incentivos inherentes al proceso político son lo necesariamente poderosos para frustrar a cualquiera que tenga la mejor de las buenas intenciones. Frecuentemente exalta la ignorancia y le saca provecho al máximo. Con contadas excepciones, la política tiende a congregar a los talentos más mediocres con objetivos que son, como mínimo, discutibles. El gobierno es la extensión de la política; no obstante, todos los problemas endémicos a la política relucen en lo que el gobierno hace y deja de hacer.

A decir verdad, a medida que la maquinaria política guía al gobierno hacia áreas que exceden sus funciones primordiales, menos éxito consigue en sus fines básicos y primeros (por ejemplo, la seguridad pública) defraudando a todo el conjunto de la población.

Allá por el 2001, el noveno hijo de Robert y Ethel Kennedy, Max Kennedy, coqueteó con la idea de ganarse un puesto político a través de las urnas. Una historia que recogió The New York Times Magazine donde describió su desdichado discurso desde una tribuna pleno de frases cortas y remanidas como estas: “Quiero pelear por todos ustedes. Me comprometo hasta lo más profundo a ser un congresista que se preocupe por ustedes. Me dedicaré a luchar para que las familias trabajadoras tenga una oportunidad. Les doy mi palabra: siempre podrán contar conmigo”.

Sus colaboradores le aconsejaron que consiga dar con un mensaje más pegadizo, algo con sustancia que la gente recuerde apenas oírlo. “¿Qué te gustaría que la gente piense de ti?”, le repetían constantemente sus consejeros de campaña. El potencial candidato tartamudeaba y no llegaba más lejos que a decir “Soy un buen chico” hasta que finalmente admitió: “No tengo idea. Que sea lo que Dios quiera”.

¿Apto para ser un congresista? Sin dudas, aunque esta vez su carrera electoral se esfumó antes de empezar y consiguió trabajo en otro lado. Cientos de Max Kennedys llegan al Congreso cada año. Pero ¿a alguno de ustedes se les ocurriría contratar para su empresa a alguien que ni siquiera sabe hablar? Fuera de la política, ¿existe otra profesión en la cual la inconsecuencia y la basura intelectual sean una epidemia?

Bienvenidos al lado tonto de la política caracterizado por la ausencia de discurso, el doble discurso y el discurso estúpido; el uso de los recursos faciales para influenciar a las mentes y, si es necesario, engañarlas. El lado serio viene después que el candidato fue elegido y éste hace algo, aunque sea ni de lejos un reflejo de lo que prometía en campaña. Es muy importante porque aquí es donde la coerción envuelve con su músculos a la retórica ósea. Lo que distingue a un político, y diferencia a la política de otras actividades, es que sus palabras van acompañadas por su habilidad para poner de su lado a la ley.

Este punto no es trivial. A fin de cuentas, en la vida hay sólo dos maneras de conseguir lo que uno desea o de cumplir con las demandas de quienes nos han contratado . Puedes apostar por la acción voluntaria (trabajo, producción, comercio, persuasión y caridad) o quitárselo a otro por la fuerza.

Ninguna generación alcanzó a ver este asunto con la claridad con la que lo hicieron los Padres Fundadores. Fue uno de ellos quien dijo: “El gobierno no es razón. No es elocuencia. Es fuerza. Al igual que el fuego, puede ser un peligroso servidor como un amo temible. En otras palabras, así cuando el gobierno no sea todo lo extenso que ellos pretendían o bien vaya cumpliendo sus obligaciones eficazmente, sigue siendo un servidor y un servidor peligroso.

En efecto, esto es lo que marca la gran diferencia. Aquello que se basa en el consenso voluntario no se ve igual que lo que fue establecido por la fuerza. Allí donde el acuerdo mutuo provoca resultados fehacientes y contables, la política funda su existencia en la mera promesa o el reclamo de resultados y la alternante culpabilización hacia otros partidos.

Para ganar o asegurar un apoyo y un auspicio, el proveedor de bienes o servicios debe producir algo que tenga una valor real. Una empresa que no produce o una caridad que no colma una necesidad rápidamente desaparecen. Para conseguir tu voto, un político sólo tiene que parecer o sonar mejor que los anteriores, incluso si ambos incumplieron más promesas de las que podían cumplir. En el mercado libre, tu siempre consigues aquello por lo que has pagado y pagas por lo que consigues. Como potencial consumidor, puedes decir “No, gracias” y marcharte. En política, la conexión entre aquello por lo que pagas y lo que al final consigues es mucho más problemática.

Esta es otra forma de afirmar que tu voto en el mercado económico vale mucho más que tu voto en el mercado electoral. Paga por la lavadora que has elegido y eso es lo que obtendrás, ni más ni menos. Bájale el martillo al político por quien tengas mayor preferencia, y, si tienes suerte, conseguirás muy poco por lo que habías votado y mucho de lo cual no hubieras querido ni recibir noticias. También verás a tus votos desplazados por los intereses especiales de grupos de lobby. Como alguien más sabio que yo dijo, “la política puede que no sea la profesión más antigua del mundo, pero los resultados son casi siempre los mismos”.

Estas importantes distinciones entre sociedad civil, contratos voluntarios y la coerción gubernamental explican por qué en política los Max Kennedy son la regla y no la excepción. Decir tonterías o no decir nada, o decir una cosa y hacer otra son las claves para que tus chances de éxitos se cumplan. Cuando los clientes son cautivos, el vendedor puede ser tanto quien le endulce el oído con atractivos dislates como el que ofrezca un producto de verdadera calidad.

Nos guste o no, la gente suele juzgar los actividades privadas y voluntarias con un standard mayor con el que califican los actos públicos de la maquinaria política. Esa una razón suficiente para mantener lejos a la política de nuestras vidas. Podemos inclinarnos hacia tareas mucho más productivas.

Me pidieron terminar mi discurso con algunas palpables recomendaciones. Con la vista puesta hacia el reforzamiento de nuestros esfuerzos para limitar el poder del gobierno, déjenme ofrecer estas breves sugerencias, cada una digna de una discusión más extensa y de más ejemplos de los que yo puedo ofrecer aquí por una cuestión de tiempo.

Nuestra posición debe trabajar muy duro para relacionarnos con gente de carne y hueso. No debemos insistir solamente con cuestiones fiscales y monetarias. Debemos demostrar como un gobierno limitado puede verdaderamente mejorar nuestras vidas. Tenemos que colocarle un rostro humano al asunto, no sólo mostrar cómo el gobierno inflige daño real a gente real; porque una sociedad abierta mejora y ofrece una mejor vida a todos.

Preocupémonos por usar una retórica contundente. No nos hundamos en el lodo hilando fino cada punto que propongan los defensores de la expansión del gobierno. Debemos recordarle a la gente que el gobierno, al quitarnos parte de nuestras ganancias, está gastando cinco o seis veces más que hace un siglo atrás. Tenemos que demandarles saber a nuestros amigos del Big Government por qué nunca el dinero gastado es suficiente. Que queden en ridículo al tener que responder cuándo les preguntemos en qué más quieren gastar nuestro dinero y cuando reconocerán que ese dinero le pertenece a quien se lo ha ganado y no al gobierno.

La estrategia es fundamental para invertir más dedicación en asuntos donde pequeñas victorias pueden significar muchísimo. Algunas cuestiones que me vienen a la mente son la enseñanza escolar, la jubilación privada y los presupuestos gubernamentales. Cuando ganemos estas batallas, comenzaremos a hacer sentir nuestra presencia en otros frentes.

Nos cabe ser optimistas y transmitir la sensación de que podemos vencer. El pesimismo no es sólo injustificado; también es una profecía autogratificante. Si tu piensas que la causa está perdida, no hay nada más que decir. Nadie trabaja duro para una causa que no tiene sentido. Debemos convencer al mundo de que, si algo en los acontecimientos humanos es inevitable, es el hecho de que el Creador nos hizo libres. No es inevitable ser sojuzgados por un gobierno todopoderoso. La Historia está del lado de la libertad, no del estatismo.

Limitar al gobierno, en otras palabras, es una empresa sublime. Es un trabajo honesto y beneficioso. Es también un mensaje poderoso si se lo sabe presentar bien. Entonces, salgamos de aquí y vayamos a lograrlo.

* El autor es presidente del Mackinac Center for Public Policy. Conferencia ofrecida el 29 de Abril de 2004 en la sede de la Heritage Foundation en Chicago.

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