18 de octubre de 2012

El segundo diálogo

Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu
Maurice Joly

DIALOGO SEGUNDO

Montesquieu- Nada de nuevo tienen vuestras doctrinas para mi,
Maquiavelo; y si experimento cierto embarazo en refutarlas, se debe no
tanto a que ellas perturban mi razón, sino a que, verdaderas o falsas,
carecen de base filosófica. Comprendo perfectamente que sois ante todo
un hombre político, a quien los hechos tocan más de cerca que las ideas.
Admitiréis, empero, que, tratándose de gobiernos, se llega necesariamente
al examen de los principios. La moral, la religión y el derecho no ocupan
lugar alguno en vuestra política. No hay más que dos palabras en vuestra
boca: fuerza y astucia. Si vuestro sistema se reduce a afirmar que la
fuerza desempeña un papel preponderante en los asuntos humanos, que
la habilidad es una cualidad necesaria en el hombre de Estado, hay en ello
una verdad de innecesaria demostración; pero si erigís la violencia en
principio y la astucia en precepto de gobierno, el código de la tiranía no es
otra cosa que el código de la bestia, pues también los animales son
hábiles y fuertes y, en verdad, solo rige entre ellos el derecho de la fuerza
brutal. No creo, sin embargo, que hasta allí llegue vuestro fatalismo,
puesto que reconocéis la existencia del bien y del mal.
Vuestro principio es que el bien puede surgir del mal, y que está
permitido hacer el mal cuando de ello resulta un bien. No afirmáis que es
bueno en sí traicionar la palabra empeñada, ni que es bueno emplear la
violencia, la corrupción o el asesinato. Decís: podemos traicionar cuando
ello resulta útil, matar cuando es necesario, apoderarnos del bien ajeno
cuando es provechoso. Me apresuro a agregar que, en vuestro sistema,
estas máximas solo son aplicables a los príncipes, cuando se trata de sus
intereses o de los intereses del Estado. En consecuencia, el príncipe tiene
el derecho de violar los juramentos, puede derramar sangre a raudales
para apoderarse del gobierno o pera mantenerse en él; le es dado
despojar a quienes ha proscrito; abolir todas las leyes, dictar otras nuevas
y a su vez violarlas; dilapidar las finanzas, corromper, oprimir, castigar y
golpear sin descanso.

Maquiavelo- Pero ¿no habéis dicho vos mismo que, en los Estados
despóticos, el temor es una necesidad, la virtud inútil, el honor un peligro;
que debía existir una obediencia ciega y que si el príncipe dejara de
levantar su mano estaría perdido? (El Espíritu de las Leyes, libro III, cap. IX)


Montesquieu- Lo dije, si, al advertir, como vos lo habéis hacho, en qué
terribles condiciones se perpetúa un régimen tiránico, pero lo dije para
marcarlo a fuego y no para erigirle altares; para inspirar el horror de mi
patria, la que felizmente nunca tuvo que inclinar la cabeza tan bajo
semejante yugo. ¿Cómo no veis que la fuerza es tan solo un accidente en
el camino de las sociedades modernas, y que los gobiernos más
arbitrarios, para justificar sus sanciones, deben recurrir a consideraciones

ajenas a las teorías de la fuerza? No solo en nombre del interés, sino en
nombre del deber actúan todos los opresores. Lo violan, pero lo invocan;
por sí sola, la doctrina del interés es tan importante como todos los medios
que emplea.

Maquiavelo- Deteneos aquí; asignáis un lugar al interés, y eso basta para
justificar las diversas necesidades políticas, no acordes con el derecho.

Montesquieu- Es la Razón de Estado, la que vos invocáis. Advertid
entonces que no puedo dar como base para las sociedades precisamente
aquello que las destruye. En nombre del interés, los príncipes y los
pueblos, lo mismo que los ciudadanos, solo crímenes cometerán. ¡En
interés del Estado!, decís. Pero ¿cómo saber si para él resulta beneficioso
el cometer tal o cual iniquidad? ¿Acaso no sabemos que con frecuencia el
interés del Estado solo representa el interés del príncipe o de los
corrompidos favoritos que lo rodean? Al sentar el derecho como base para
la existencia de las sociedades, no me expongo a semejantes
consecuencias, porque la noción de derecho traza fronteras que el interés
no debe violar.
Si me preguntáis cuál es el fundamento del derecho, respondería que es la
moral, cuyos preceptos nada tienen de dudoso u oscuro, pues todas las
religiones los enuncian y se hallan impresos con caracteres luminosos en
la conciencia del hombre. Las diversas leyes civiles, políticas, económicas
e internacionales deben manar de esta fuente pura.
Ex eodem jure, sive ex eodem fonte, sive ex eodem principio.
Pero es en lo siguiente donde más se manifiesta vuestra inconciencia: sois
católico, cristiano; ambos adoramos al mismo Dios, aceptáis sus
mandamientos y su moral; asimismo admitís el derecho en las relaciones
mutuas entre los individuos, pero pisoteáis todas las normas cuando de
trata del Estado o del príncipe. En resumen, según vos, la política nada
tiene que ver con la moral. Prohibís al individuo lo que permitís al
monarca. Censuráis o glorificáis las acciones según las realice el débil o el
fuerte; estas son virtudes o crímenes de acuerdo con el rango de quien las
ejecuta. Alabáis al príncipe por hacerlas y al individuo lo condenáis a las
galeras. ¿Pensáis acaso que una sociedad regida por tales preceptos
pueda sobrevivir? ¿Creéis que el individuo mantendrá por largo tiempo sus
promesas, al verlas traicionadas por el soberano? ¿Qué respetará las
leyes cuando advierta que quien las promulgara las ha violado y las viola
diariamente? ¿Qué vacilaría en tomar el camino de la violencia, la
corrupción y el fraude cuando compruebe que por él transitan sin cesar los
encargados de guiarlo? Desengañaos: cada usurpación del príncipe en los
dominios de la cosa pública autoriza al individuo a una infracción
semejante en su propia esfera; cada perfidia política engendra una perfidia
social; la violencia de lo alto legitima la violencia de lo bajo. Esto en lo que
se refiere a los ciudadanos entre sí.
En lo concerniente a sus relaciones con los gobernantes, no tengo
necesidad de deciros que significa introducir el fermento de la guerra civil
en el seno de la sociedad. El silencio del pueblo es tan solo la tregua del
vencido, cuya queja se considera un crimen. Esperad a que despierte:
habéis inventado la teoría de la fuerza; tened la certeza de que la
recuerda. Un día cualquiera romperá sus cadenas; las romperá quizá con
el pretexto más fútil y recobrará por la fuerza lo que por la fuerza le fue
arrebatado.
La máxima del despotismo es el perinde ac cadaver de los jesuitas; matar
o ser muerto: he aquí la ley; hoy significa embrutecimiento, mañana guerra
civil. Así por lo menos suceden las cosas en los países de Europa; en
Oriente, los pueblos dormitan en paz en el envilecimiento de la
servidumbre.
Mi conclusión es esta y es una conclusión formal: los príncipes no pueden
permitirse lo que la moral privada prohíbe. Pensasteis apabullarme con el
ejemplo de muchos grandes hombres que proporcionaron a su país la paz
y en ocasiones la gloria por medio de hechos audaces, violatorios de las
leyes; y de ello inferís vuestro fantástico argumento: el bien surge del
mal. En poco me siento afectado; no se me ha demostrado que esos
audaces hicieron más bien que mal, ni se ha comprobado que dichas
sociedades no se hubiesen salvado y mantenido sin ellos. Los remedios
aportados no han compensado los gérmenes de disolución que
introdujeron en los Estados. Para un reino, algunos años de anarquía son
con frecuencia mucho menos funestos que largos años de un despotismo
silencioso.
Admiráis a los grandes hombres; yo solo admito a las grandes
instituciones. Creo que los pueblos, para ser felices, menos necesidad
tienen de hombres geniales que de hombres íntegros, mas os concedo, si
así lo queréis que algunas de esas empresas violentas, de las que hacéis
la apología, pudieron ser beneficiosas para ciertos Estados. Tales actos se
justificaban quizás en las sociedades de la antigüedad, donde reinaba la
esclavitud y el fatalismo era un dogma. También volvemos a encontrarlos
en el medioevo y hasta en los tiempos modernos; pero a medida que las
costumbres se fueron moderando y las luces propagando entre los
diversos pueblos de Europa; sobre todo a medida que los principios de la
ciencia política fueron mejor conocidos, el derecho sustituye a la fuerza en
los principios como en los hechos. Siempre existirán sin duda las
tormentas de la libertad y todavía se cometerán muchos crímenes en su
nombre: pero el fanatismo político ha dejado de existir. Si pudisteis decir,
en vuestro tiempo, que el despotismo era un mal necesario, no podríais
decirlo hoy en día, porque el despotismo se ha tornado imposible en los
principales pueblos de Europa, debido al estado actual de las costumbres
y de las instituciones políticas.

Maquiavelo- ¿Imposible?... Si conseguís probármelo, consiento dar un
paso en la dirección de vuestras ideas.

Montesquieu- Os he de probar muy fácilmente, si estáis dispuesto a
seguir escuchándome.

Maquiavelo- Con mucho gusto; pero tened cuidado; creo que os habéis
comprometido en demasía.

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