10 de octubre de 2012

Estrategia de medios 1864

Diálogos en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu
Maurice Joly

DIALOGO UNDECIMO

Maquiavelo- En El Espíritu de las Leyes observáis, con sobrada razón,
que la palabra libertad se le atribuyen los significados más diversos. Tengo
entendido que en vuestra obra puede leerse la siguiente proposición:
“La libertad es el derecho de hacer aquello que está permitido por las
leyes.” (El Espíritu de las Leyes, libro XI, capítulo III)
Encuentro justa esta definición y a ella me acomodo; y puedo aseguraros
que mis leyes solo autorizarán lo que sea imprescindible permitir. Pronto
veréis cuál es su espíritu. ¿Por dónde os gustaría que comenzáramos?

Montesquieu- No me disgustaría saber ante todo cómo os defenderéis
frente a la prensa.

Maquiavelo- En verdad, ponéis el dedo en la parte más delicada de mi
tarea. El sistema que a este respecto he concebido es tan vasto como
múltiple en cuanto a sus aplicaciones. Felizmente, en este caso tengo el
campo libre; puedo hacer y deshacer con plenas garantías y casi diría sin
suscitar recriminación alguna.

Montesquieu- ¿Puedo preguntaros por qué?



Maquiavelo- Porque en la mayoría de los países parlamentarios, la
prensa tiene el talento de hacerse aborrecer, porque solo está siempre al
servicio de pasiones violentas, egoístas y exclusivas, porque denigra por
conveniencia, porque es venal e injusta; porque carece de generosidad y
patriotismo; por último, y sobre todo, porque jamás haréis comprender a la
gran masa de un país para qué puede servir.

Montesquieu- ¡Oh! si vais a buscar cargos contra la prensa, os será fácil
hallar un cúmulo. Si preguntáis para que puede servir, es otra cosa.
Impide, sencillamente, la arbitrariedad en el ejercicio del poder; obliga a
gobernar de acuerdo con la constitución; conmina a los depositarios de la
autoridad pública a la honestidad y al pudor, al respeto de sí mismos y de
los demás. En suma, para decirlo en una palabra, proporciona a
quienquiera se encuentre oprimido el medio de presentar su queja y de ser
oído. Mucho es lo que puede perdonarse a una institución que, en medio
de tantos abusos, presta necesariamente tantos servicios.

Maquiavelo- Sí, conozco ese alegato; empero, hacedlo comprender a las
masas, si podéis; contad el número de quienes se interesan por la suerte
de la prensa, y veréis.

Montesquieu- Es por ello que creo preferible que paséis ahora mismo a
loa medios prácticos para amordazarla; creo que esta es la palabra.

Maquiavelo- Es la palabra, en efecto; no solo me propongo reprimir al
periodismo.

Montesquieu- Sino a la prensa misma.

Maquiavelo- Veo que comenzáis a emplear la ironía.

Montesquieu- De un momento me estará vedada, puesto que vais a
encadenar la prensa en todas sus formas.

Maquiavelo- No es fácil encontrar armas contra una jovialidad de rasgos
tan espirituales; sin embargo comprenderéis muy bien que no valdrá la
pena ponerse a salvo de los ataques de la prensa si fuese necesario
seguir estando expuestos a los del libro.

Montesquieu- Pues bien, comencemos con el periodismo.

Maquiavelo- Si decidiera pura y simplemente suprimir los periódicos,
enfrentaría con grave imprudencia la susceptibilidad del público, y siempre
es peligroso desafiarla abiertamente; mi intención es proceder por medio
de una serie de disposiciones que parecerían simples medidas de cautela
y vigilancia.
Decreto que en el futuro no se podrá fundar ningún periódico sin la previa
autorización del gobierno; ya tenemos el mal detenido en su desarrollo;
pues es fácil imaginar que los periódicos que en el futuro autorizaré serán
en todos los casos órganos leales al gobierno.

Montesquieu- Mas, ya que entráis en todos estos detalles, permitidme
una objeción: el espíritu de un periódico cambia con el personal de su
redacción; ¿cómo podréis evitar una redacción hostil a vuestro poder?

Maquiavelo- Vuestras objeción es bastante débil, porque, en resumidas
cuentas, no autorizaré, si me parece conveniente, la publicación de
ninguna hoja nueva; no obstante, como veréis, tengo otros planes. Me
preguntáis cómo neutralizaré una redacción hostil. A decir verdad, de la
manera más simple; agregaré que la autorización del gobierno es
necesaria para cualquier cambio en el personal de los jefes de redacción o
directores del periódico.

Montesquieu- Pero los periódicos antiguos, los que seguirán siendo
enemigos de vuestro gobierno, y cuyo cuerpo de redactores no habrá
cambiado: ellos hablarán.

Maquiavelo- ¡Oh! aguardad! Aplico a todos los periódicos presentes o
futuros medidas fiscales que frenarán en la medida necesaria las
empresas de publicidad; someteré la prensa política a lo que hoy llamáis
finanzas y timbres fiscales. Muy pronto la industria de la prensa resultará
tan poco lucrativa, merced a la elevación de estos impuestos, que nadie se
dedicará a ella sino cuando en realidad le convenga.

Montesquieu- El remedio es insuficiente, pues los partidos políticos no
escatiman el dinero.

Maquiavelo- Tranquilizaos, tengo medios para taparles la boca, pues aquí
aparecen las medidas represivas. En algunos Estados europeos se defiere
al tribunal el conocimiento de los delitos de prensa.
No creo que exista medida más deplorable que esta, pues significa agitar
la opinión pública con motivo de la mínima pamplina periodística. Los
delitos de prensa son de una naturaleza tan elástica, el escritor puede
disfrazar sus ataques de maneras tan variadas y sutiles, que hasta le
resulte imposible deferir a los tribunales el conocimiento de estos delitos.
Los tribunales estarán siempre armados, por supuesto, pero el arma
represiva de todos los días debe encontrarse en las manos del gobierno.

Montesquieu- Habrá entonces delitos que no podrán juzgar los tribunales,
o más bien, castigaréis con ambas manos: con la mano de la justicia y con
la del gobierno.

Maquiavelo- ¡Vaya calamidad! Nada más que simple solicitud para
algunos periodistas malos y malintencionados que todo lo atacan, todo lo
denigran; que se conducen con los gobiernos como esos salteadores de
caminos que aguardan a los viajeros empuñando la escopeta. Viven
constantemente fuera de la ley; ¡bien merecen que se los ponga de algún
modo dentro de ella!

Montesquieu- ¿Solo sobre ellos recaerán entonces vuestros rigores?

Maquiavelo- No puedo comprometerme a ello, pues esas gentes son
como las cabezas de la hidra de Lerna, se cortan diez y crecen cincuenta.
Atacaré principalmente a los periódicos, en tanto que empresas de
publicidad. Les hablaré de la siguiente manera: Pude suprimiros a todos,
no lo hice; aún puedo hacerlo y os dejo vivir, mas, por supuesto, con una
condición: no entorpeceréis mi marcha ni desacreditaréis mi poder. No
quiero verme obligado a iniciar procesos todos los días, ni a interpretar la
ley sin cesar para reprimir vuestras infracciones; tampoco puedo tener una
legión de censores encargados de examinar hoy lo que editaréis mañana.
Tenéis pluma, escribid; mas recordad lo que voy a deciros: me reservo,
para mí mismo y para mis agentes, el derecho de juzgar en qué momento
me siento atacado. Nada de sutilezas. Si me atacáis, lo sentiré, y también
vosotros lo sentiréis; en ese caso, me haré justicia por mis propias manos,
no en seguida, pues mi es intención actuar con tacto; os advertiré una vez,
dos veces; a la tercera, os haré desaparecer.

Montesquieu- Observo con asombro que, de acuerdo con este sistema,
no es precisamente el periodista el atacado, sino el periódico, cuya ruina
entraña la de los intereses que se agrupan en torno de él.

Maquiavelo- Que vayan a agruparse a otra parte; con estas cosas no se
comercia. Como acabo de deciros, mi gobierno, pues, castigará; sin
prejuicio, por supuesto, de las sentencias pronunciadas por los tribunales.
Dos condenas en un año implicarán, con pleno derecho, la supresión del
periódico. Y no me detendré aquí, sino que diré también a los periódicos,
por medio de un decreto o de una ley, desde luego: Reducidos como
estáis a la más estricta circunspección, no pretendáis agitar la opinión por
medio de comentarios sobre los debates de mis Cámaras; os prohíbo
informar sobre esos debates, hasta os prohíbo informar con respecto a los
debates judiciales en materia de prensa. Tampoco intentéis impresionar el
espíritu público por medio de noticias supuestamente venidas del exterior;
las falsas noticias, publicadas ya sea de buena o de mala fe, serán
penadas con castigos corporales.

Montesquieu- Vuestro rigor parece excesivo, pues en última instancia
ningún periódico podrá ya, sin exponerse a los peligros más graves,
expresar opiniones políticas; vivirán a duras penas de las noticias. Ahora
bien, me parece en extremo difícil, cuando un periódico publica una
noticia, imponerle su veracidad, pues la más de la veces no podrá
responder de ello con absoluta certeza, y aun cuando esté moralmente
seguro de decir la verdad, le faltará la prueba material.

Maquiavelo- En tales casos, lo que hay que hacer es pensarlo dos veces
antes de inquietar a la opinión pública.

Montesquieu- Veo otro problema, sin embargo. Si no es posible
combatiros desde los periódicos de dentro, os combatirán los de afuera.
Todos los descontentos, todos los odios se expresarán en las puertas de
vuestro reino; a través de sus fronteras se arrojarán periódicos y líbelos
inflamados de pasiones políticas.

Maquiavelo- ¡Ah! Tocáis un punto que me propongo reglamentar con
sumo rigor, pues la prensa extranjera es, en efecto, peligrosa en extremo.
Ante todo, cualquier introducción o circulación en el reino de periódicos o
escritos clandestinos se castigará con prisión, y la pena será lo bastante
severa como para evitar reincidencias. Luego, aquellos de mis súbditos
convictos de haber escrito contra el gobierno en el extranjero, serán a su
regreso al reino, buscados y castigados. Es una verdadera indignidad
escribir, desde el extranjero, contra el propio gobierno.

Montesquieu- Eso depende. De todos modos. La prensa extranjera de los
Estados fronterizos hablará.

Maquiavelo- ¿Creéis eso? ¿No suponemos acaso que soy el rey de un
poderoso reino? Os juro que los pequeños Estados que bordean mis
fronteras temblarán. Los obligaré a promulgar leyes que persigan a sus
propios nacionales, en caso de ataques contra mi gobierno a través de la
prensa o por cualquier otro medio.

Montesquieu- Veo que tuve razón al decir, en el Espíritu de las Leyes,
que las fronteras de un déspota debían ser asoladas. Es preciso impedir
que penetre por ellas la civilización. Vuestros súbditos, estoy persuadido
de ello, ignorarán su propia historia. Con las palabras de Bemjamin
Constant, convertiréis vuestro reino en una isla donde se desconocerá lo
que acontece en Europa, y la capital en otro islote donde nadie sabrá lo
que sucede en las provincias.

Maquiavelo- No deseo que mi reino pueda ser perturbado por rumores y
conmociones provenientes del extranjero. ¿Cómo llegan las noticias del
exterior? Por intermedio de un reducido número de agencias que
centralizan las informaciones que son transmitidas a su vez desde las
cuatro partes del mundo. Pues bien, se puede sobornar a esas agencias, y
a partir de ese momento solo darán noticias bajo el control del gobierno.

Montesquieu- Maravilloso; podéis pasar por ahora a la vigilancia que
ejerceréis sobre los libros.

Maquiavelo- Este es un problema que me preocupa menos, pues en una
época en que el periodismo ha alcanzado una difusión tan prodigiosa, ya
casi se no leen libros. No tengo, empero intención alguna de dejarles la
puerta abierta. En primer lugar obligaré a quienes quieran ejercer la
profesión de impresor, de editor o de librero a proveerse de una licencia,
es decir de una autorización que el gobierno podrá retirarle en cualquier
momento, ya sea directamente o por medio de decisiones judiciales.

Montesquieu- Pero entonces, estos industriales serán en cierto modo
funcionarios públicos. ¡Los instrumentos del pensamiento convertidos en
instrumentos del poder!

Maquiavelo- No os quejaréis de ello, me imagino, pues en vuestros
tiempos, bajo los regímenes parlamentarios, las cosas no eran de otra
manera; las antiguas costumbres, cuando son buenas, vale la pena
conservarlas. Volviendo a las medidas fiscales: haré extensivo a los libros
el impuesto que grava a los periódicos, o mejor dicho, impondré el
gravamen fiscal a aquellos libros que no alcancen a tener un determinado
número de páginas. Por ejemplo, un libro que no tenga doscientas,
trescientas páginas, no será un libro, no será más que un folleto. Supongo
que percibís perfectamente las ventajas de esta combinación; por un lado
ratifico mediante el impuesto esa legión de líbelos que son algo así como
apéndices del periodismo; por el otro, obligo a quienes quieran eludir el
timbre fiscal a embarcarse en composiciones exentas y dispendiosas que,
escritas en esa forma, casi no se venderán, o se leerán apenas. En
nuestros días nadie, sino los pobres diablos, piensa en escribir libros;
renunciarán a ello. El fisco desalentará la vanidad literaria y la ley penal
desarmará a la imprenta misma, porque haré al editor y al impresor
responsables, criminalmente, del contenido de los libros. Es preciso que,
en el caso de que haya escritores lo bastante osados como para atreverse
a escribir obras en contra del gobierno, no encuentren nadie que se las
edite. Los efectos de esta intimidación saludable restablecerán una
censura indirecta que el gobierno no podría ejercer por sí mismo, a causa
del desprestigio en que ha caído esta medida preventiva. Antes de dar a
luz obras nuevas, los impresores y editores deberán consultar, solicitar
informaciones; presentarán aquellos libros cuya impresión les haya sido
requerida, de esta manera, el gobierno estará siempre convenientemente
informado de acerca de las publicaciones que se preparan contra él;
procederá, cuando lo juzgue oportuno, al secuestro preliminar de las
ediciones y entablará querella contra los autores ante los tribunales.

Montesquieu- Me habíais dicho que no tocaríais los derechos civiles. No
os percatáis, al parecer, de que por medio de esta legislación acabáis de
atacar la libertad de industria; hasta el derecho de propiedad se encuentra
en peligro, supongo que le llegará su turno.

Maquiavelo- Esas son simples palabras.

Montesquieu- Entonces, si no me equivoco, habéis terminado con la
prensa.

Maquiavelo-¡Oh, no! No todavía.

Montesquieu- ¿Qué os queda por hacer?

Maquiavelo- La otra mitad de la tarea.

Continúa aquí (políticas activas)...

2 comentarios:

Klaus Pieslinger dijo...

Los Diálogos son la fuente de plagio para hacer los Manuscritos de los Sabios de Sión.

Sine Metu dijo...

exacto