17 de mayo de 2014

Destinados al éxito

Cuando la riqueza empobrece
JAMES NEILSON

Está en lo cierto el presidente uruguayo José "Pepe" Mujica. Como dijo a sus anfitriones norteamericanos cuando trataba de explicarles el porqué de la diferencia realmente notable que se da entre dos naciones rioplatenses que, subrayó, comparten la misma cultura, la Argentina es "víctima de su propia riqueza", lo que a su juicio hace más comprensible la evolución excéntrica de la política de un país con recursos que se suponen inagotables. Mientras que los uruguayos, dueños de un territorio que dista de ser un baldío, han logrado liberarse de la maldición así supuesta por saberse habitantes de un "paisito" pequeño obligado a convivir con otros mucho más grandes, los dirigentes tanto los argentinos como los brasileños siempre han sido propensos a perder el tiempo soñando con el "destino de grandeza" que creen les fue garantizado por un Dios benévolo.

La humildad acarrea ventajas. Mujica no teme señalarlas. Asegura que "no somos corruptos, no coimeamos a empresarios", porque el suyo es "un país decente". Puesto que, en el ranking más reciente de Transparencia Internacional, Uruguay ocupa el lugar número 19 al lado de Estados Unidos, mientras que la Argentina se ve acompañada por Níger y Gabón en el número 106, fue imposible no tomar sus palabras por un intento de convencer al resto del mundo de que la conducta de sus compatriotas es radicalmente distinta de la de sus vecinos.

No fue muy simpático de su parte insistir en que, a diferencia de algunos países, el suyo se destaca por ser "decente", pero a la luz de la reputación rocambolesca que la Argentina ha adquirido en las décadas últimas no tiene más opción que la de comparar la honestidad que atribuye a los uruguayos a la heterodoxia ética, por llamarlo así, de otros.

De todas formas, suponerse rico por mandato divino no ayuda en un mundo tan competitivo como el nuestro, en el que la riqueza de las naciones depende cada vez menos de los recursos materiales disponibles y cada vez más de la capacidad para aprovechar las dotes naturales de los habitantes. Confiar en que una buena cosecha o el descubrimiento oportuno de una cantidad descomunal de petróleo o gas solucionarán todos los problemas, de modo que no sería necesario esforzarse, sólo sirve para que las dificultades sigan acumulándose y se consolide el atraso.

En la actualidad, es mejor para un país contar con algunas empresas como Microsoft y Apple de lo que es ser dueño de muchísimos kilómetros cuadrados de tierra apta para la soja o centenares de pozos petroleros. Saber transformar buenas ideas en grandes fuentes de ingresos vale más que la mera suerte geológica. Sería de suponer, pues, que políticos nacionalistas –virtualmente todos lo son– estarían resueltos a emular a Estados Unidos y otros países ricos para que la Argentina también pudiera generar industrias novedosas.

¿Lo están? Claro que no. A la mayoría no le interesa ayudar a crear en medioambiente social propicio para un hipotético Bill Gates o Steve Jobs nativo. Habrá personas igualmente talentosas en los colegios y universidades del país pero, a menos que emigren a tiempo para emprender una carrera en el exterior, nunca tendrán la oportunidad de mostrarnos lo que están en condiciones de hacer.

En un país que de acuerdo común es, a pesar de las apariencias, muy rico, los políticos propenden a pensar más en cómo distribuir lo ya existente –total, siempre habrá más– que en estimular la producción. Se entiende: es mucho más agradable poder felicitarse por la generosidad propia de lo que sería trabajar en proyectos que tardarían años en brindar sus frutos y que, para indignación de quienes los ponen en marcha, podrían terminar agrandando el capital político de un rival.

Por lo demás, cuando la inequidad es considerada prioritaria, a muchos les parece natural intentar combatirla ensañándose con quienes tienen más, aumentando cada vez más la presión impositiva y, de tal manera, perjudicando entre otros a los más dinámicos. Es lo que ha sucedido en la Argentina. No hay ninguna empresa nacional que pueda competir en pie de igualdad con sus equivalentes de otras latitudes. El contraste con Corea del Sur, un país que hace medio siglo contaba con un ingreso per cápita inferior al atribuido a la Argentina, es penoso. Lejos de procurar debilitar el "poder concentrado" de las corporaciones, una sucesión de gobiernos surcoreanos de preferencias ideológicas distintas hizo lo necesario para que, andando el tiempo, algunas lograran igualar a las más exitosas de Europa, el Japón y Estados Unidos.

Será a causa de la ilusión de que, en cualquier momento, Dios, el destino o lo que fuera hará lo debido para que, por fin, la Argentina amanezca riquísima que tantos políticos se comportan como jugadores empedernidos. Cuando fracasan, redoblan las apuestas. Uno supondría que a esta altura habrían aprendido que el voluntarismo populista no funciona, pero a pesar de las pérdidas enormes que ya han acumulado, siguen poniendo sus fichas en el mismo casillero. Es lo que hicieron setentistas como Cristina y sus amigos. Esperaban que en esta ocasión los resultados fueran distintos. No lo han sido. Aunque los kirchneristas contaron con una caja atiborrada de dólares aportados por la soja, dejarán a sus sucesores un país al borde de la bancarrota.

¿Lograrán quienes tomen el relevo "cambiar la historia", para emplear una expresión usada a inicios de sus respectivas gestiones por una larga serie de gobiernos? Hay que dudarlo. El que haya aparecido una nueva fuente de riqueza fácil, Vaca Muerta, que según los presuntamente enterados podría valer tanto como todo lo producido por el país en un quinquenio, no motiva optimismo.

Si la experiencia nos ha enseñado algo, esto es que sería un error subestimar la capacidad de la elite política nacional para despilfarrar dinero sin mejorar el nivel de vida del grueso de la población. Es lo que sucedió últimamente con la bonanza posibilitada por la soja y, años antes, con aquellos créditos baratos que repudió un gobierno fugaz por razones supuestamente éticas o, cuando menos, patrióticas, para júbilo de casi todos los legisladores, sindicalistas e intelectuales progresistas, dando lugar al default soberano más grande de la historia del género humano y una crisis interna fenomenal que depositó en la miseria a parte de la clase media. ¿Se las arreglarán para hacer lo mismo con Vaca Muerta? Pronto sabremos la respuesta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Volvemos a la discusión de siempre: Están los que creen que la riqueza está dada y solo hay que repartirla y están quiénes saben que la riqueza hay que generarla, "trabajando y -fundamentalmente- dejando trabajar libremente a la gente - JUAN