1 de octubre de 2017

Fragmento de una entrevista de Emrah Akkurt, Turkey-Association for Liberal Thinking a Hans-Hermann Hoppe.

Akkurt: ¿Qué piensas del rol del estado en la sociedad? ¿Es una necesidad práctica, o un mal necesario? ¿Cómo describirías la transición de un modelo estatista, como Turquía, a una clásica sociedad liberal?

Hoppe: Primero tenemos que definir rápidamente qué entendemos por estado. Yo adopto lo que uno puede llamar la definición estándar: un estado es una agencia que ejerce un monopolio territorial de última jurisdicción (para todo tipo de conflictos, incluídos los conflictos que involucran al estado) y, por deducción, de recaudación de impuestos.

Ahora: sabemos por Microeconomía que los "monopolios" son "malos" desde el punto de vista de los consumidores. Un monopolio es desde el punto de vista clásico un privilegio exclusivo otorgado a un único proveedor de una mercadería o servicio, es decir ausencia de "libre entrada". Sólo A puede producir x. Cualquier monopolio de este tipo es malo para los consumidores porque al estar protegido de potenciales nuevos competidores en su área de producción, el precio de x será mayor y la calidad menor que si hubiera competencia.

¿Por qué deberíamos razonar de manera diferente cuando se trata del monopolio estatal como último juez y encargado de hacer imponer la ley? Como el estado es un monopolio clásico, debemos esperar que el precio de la justicia será más alto y la calidad más baja que si hubiera competencia. Peor aún, como el estado es el juez aún en los casos en los que él mismo está involucrado, debemos esperar que el mismo estadocause conflictos para poder "resolverlos" en su propio beneficio. No existe justicia -un bien- sino injusticia -un mal. Entonces, para responder a tu pregunta: No, considero que el estado es un mal innecesario. En un orden natural, con una multitud de de agencias de seguros y arbitraje competidoras, el precio de la justicia bajaría y su calidad subiría.

Con respecto a metas de transición hacia la libertad para países como Turquía, la respuesta es esencialmente la misma para Turquía que para Alemania, Francia, Italia o cualquier otro país grande. Democracia o democratización no es la respuesta -como tampoco lo fue para los países del ex bloque soviético. Tampoco la centralización -lo que está pasando en la Unión Europea- es una solución.

Por el contrario, la mayor esperanza de libertad proviene de los países pequeños: desde Mónaco, Andorra, Liechtenstein, aún Suiza, Hong Kong, Singapur, Bermuda, etc.; y como liberal, uno debería apuntar a un mundo con decenas de miles de pequeños entes independientes. ¿Por qué no una ciudad libre de Estambul o Izmir, que mantengan relaciones amistosas con el gobierno central turco, pero que no le pague impuestos ni reciba fondos del mismo, y que no reconozca la ley del gobierno central sino que tenga su propia ley de Estambul o de Izmir?

Los que hacen apología del estado central (y de superestados como la Unión Europea) afirman que una proliferación de unidades políticas independientes llevaría a la desintegración económica y al empobrecimiento. Sin embargo, la evidencia empírica habla claramente contra esta afirmación: los países chicos mencionados son todos más ricos que los que los rodean. Más aún, la reflexión teórica demuestra que esta afirmación es solamente otro mito estatista.

Los gobiernos pequeños tienen muchos competidores cercanos. Si gravan con impuestos y regulan a sus súbditos visiblemente más que sus competidores, se exponen a sufrir emigración de trabajo y capital. Más aún, cuanto más pequeño es el país, mayor será la presión para optar por libre comercio en lugar de proteccionismo. Cada interferencia del gobierno en el comercio internacional provocará un empobrecimiento relativo. Pero cuanto más chico sea el territorio y sus mercados internos, más dramáticos serán los efectos. Si los EEUU adoptaran el proteccionismo, el estándar de vida promedio caería, pero nadie se moriría de hambre. Si una sola ciudad, digamos Mónaco, hiciera lo mismo, habría casi inmediatamente una hambruna. Consideremos un solo hogar como la menor unidad secesionista concebible. Al adoptar el libre comercio irrestricto, hasta el más mínimo territorio puede integrarse completamente al mercado mundial y participar de todas las ventajas de la división del trabajo. Sus propietarios pueden convertirse en las personas más prósperas de la tierra. Por otro lado, si el mismo hogar decidiera renunciar a todo comercio inter-territorial, el resultado sería la mayor pobreza o incluso la muerte. De este modo, cuanto más chico sea el territorio y su mercado interno, más probable será que éste opte por el libre comercio.

En resumen, el mundo sería una suma de pequeños estados liberales integrados económicamente a través del libre comercio. Sería un mundo de prosperidad, crecimiento económico y avance cultural.







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