10 de mayo de 2014

Poscristinismo

En busca de un sucesor amable
JAMES NEILSON

Los caudillos no tienen herederos. No los tienen porque suelen rodearse de mediocridades que nunca soñarían con tratar de hacerles sombra. Desconfiados por naturaleza, en todas partes ven enemigos agazapados. He aquí una razón por la que casi todos los gobiernos argentinos han fracasado. Para asegurarse la lealtad de sus subordinados, muchos presidentes han repartido los cargos más importantes entre amigos y familiares sin preocuparse por detalles, como la idoneidad, que en otras latitudes son decisivos. Carlos Menem llenó su gobierno de riojanos sin discriminar a sus propios parientes pero, en comparación con Néstor Kirchner y su esposa, fue un demócrata cabal. Al fin y al cabo, lo acompañó durante años un rival de fuste, Domingo Cavallo. Para ahorrarse tamaña desgracia, los Kirchner entregaron el manejo de la economía al apenas presentable Guillermo Moreno.

Los partidarios de la Cristina Eterna, de la idea de prolongar algunas décadas más el reinado de la señora, entendían muy bien que en un país acostumbrado a regímenes caudillistas hasta hablar de la conveniencia de contar con un sucesor sería subversivo. Pero el sueño de permitirle a Cristina permanecer en la Casa Rosada hasta que la biología le dijera basta murió en los días que siguieron al triunfo plebiscitario que se anotó en octubre del 2012 al negarse la economía a continuar por el rumbo que le había fijado.



Al comenzar a desintegrarse el "modelo" de inclusión y otras cosas buenas, resultaron inútiles los esfuerzos tardíos de los incondicionales de Cristina por reemplazar la Constitución liberal por otra a su medida. Tampoco funcionaron los intentos de designar un sucesor que fuera a un tiempo obsecuente y electoralmente atractivo. Sin perder un minuto, el vicepresidente Amado Boudou se convirtió en un piantavotos. Al primogénito taciturno de Cristina, Máximo, le costaría ganar la intendencia de Río Gallegos aun cuando contara con el respaldo de millones de dólares y de una banda de militantes voraces. Así, pues, para desconcierto tanto de ella misma como de sus dependientes, Cristina ha tenido que reconocer que el 11 de diciembre del año que viene ya no estará a cargo del país. Para una persona habituada a reinar, la perspectiva así supuesta difícilmente podría ser más desagradable.

Si no fuera por el temor que siente toda vez que algún opositor propone una investigación exhaustiva de los orígenes del abultado patrimonio presidencial, a Cristina le gustaría que otro se viera constreñido a desactivar la bomba de tiempo fenomenal que se las ha arreglado para armar. Además de permitirle descansar por un rato, tendría la satisfacción de mirarlo perder su capital político, lo que, fantasea, le brindaría la posibilidad de regresar como acaba de hacer aquella chilena, Michelle Bachelet, que se cree tan superior. He aquí el motivo por el que, a juicio de muchos kirchnerólogos, para Cristina sería mejor que Mauricio Macri ganara las próximas elecciones presidenciales. Con razón o sin ella, suponen que el porteño pragmático le sería menos peligroso que el traidor Sergio Massa o el, para ellos insondable, presunto compañero Daniel Scioli, para no hablar de un moralista progre como Elisa Carrió o Hermes Binner.

Puede que quienes piensan así estén en lo cierto. De triunfar un peronista, no vacilaría en echarle la culpa a Cristina por todos los muchos males del país, tratándola con el mismo desprecio que, con su marido, trató a su propio padrino, Eduardo Duhalde, el hombre que cometió el lamentable error de entregarles las llaves de la Casa Rosada y de la caja correspondiente. Un peronista tendría que actuar de tal modo para convencer a la gente de que Cristina nunca fue una peronista de verdad sino una infiltrada, de ideas heréticas, que la había engañado. La sacrificaría para el bien del movimiento, como hicieron tantos con Menem cuando dejó de suministrarles votos en cantidades suficientes.

Aún más vengativo que un peronista podría ser un eventual mandatario izquierdista que se encontraría sin más opción que la de llevar a cabo un ajuste ferozmente "neoliberal", violando groseramente sus propios principios. Extrañaría que no atribuyera su mala suerte al saqueo perpetrado por un gobierno que se ha hecho mundialmente famoso por la corrupción, mendacidad e ineptitud de sus miembros más notorios. La estrella del firmamento centroizquierdista, Lilita Carrió, ha afirmado en diversas ocasiones que, de tener la oportunidad, se aseguraría de que Cristina y sus cómplices más rocambolescos terminaran sus días en una cárcel común. Sería poco probable que Binner u otros de la colectiva progre procuraran salvarlos de un destino tan triste ya que, como tantos otros de opiniones parecidas, han hecho de la igualdad ante la ley una de sus banderas de lucha.

¿Y Macri? Algunos kirchneristas imaginan que el porteño sería más reacio que otros políticos a brindar la impresión de estar resuelto a castigar a Cristina. De ponerse en marcha la maquinaria judicial un hipotético gobierno centroderechista encabezado por Macri, protestarían con vehemencia contra lo que tomarían por una campaña de persecución política. Podrían respaldarlos muchos bienpensantes que dicen odiar al ingeniero por su condición de "derechista".

También les sería más fácil a los kirchneristas aprovechar las dificultades económicas que ellos mismos han provocado si le tocara a un gobierno de perfil liberal tratar de remediarlas. Uno peronista o izquierdista intentaría hacer pensar que no le gustaría tener que tomar medidas antipopulares y lloraría a la hora de aplicar cortes dolorosos sin anestesia. En cambio, un gobierno macrista correría el riesgo de que sus muchos adversarios lo acusaran de sadismo, de querer hacer sufrir al inocente pueblo trabajador con miras a congraciarse con oligarcas crueles y sus inhumanos amigos foráneos.

Luego de permitirle una luna de miel brevísima, los kirchneristas y sus aliados coyunturales darían comienzo a la obra de destrucción que ya tienen en mente. Por supuesto, para que tal estrategia funcionara como prevén los más optimistas, la bomba de tiempo que han preparado tendría que estallar a inicios del 2016, razón por la que están procurando manejar la economía con cierta racionalidad. Si todo se viene abajo cuando Cristina aún esté en la Casa Rosada, sus maniobras resultarán ser tan vanas como las ensayadas por Menem.

2 comentarios:

Andy dijo...

Estallándole la bomba mientras la están armando a CFK y secuaces en las narices en 5...4...3...2...

carancho dijo...

Dicen que antes de fin de año se viene otra devaluación.
Será cuestión de esperar... y rogar que la yegua relinchante salga esposada de la Casa Rosada.