En los años diez y veinte, se comenzó a ensayar la justificación de la política a través de la falsificación histórica. El proceso que se bautizó como Restauración Nacionalista, (con Ravignani y Ricardo Rojas) trabajó ensalzando a Rosas como herramienta para defender el caudillismo y justificar el personalismo de Yrigoyen.
Para agrandar el modelo del caudillo había que echar tierra a los “liberales” de la historia. A Alberdi, y Sarmiento se los pintó como antinacionales, Urquiza como un traidor, Mitre se convirtió en mala palabra. José María Rosa abonó el desatino convenciendo a lectores desprevenidos de que el país había sido víctima permanente de entreguistas y conspiraciones internacionales.
En los años setenta el mamotreto de José María Rosa fue un éxito, presente en las bibliotecas de la izquierda y la derecha nacional, ésta última prescindiendo del hecho del abierto procastrismo del autor, y su amistad con el nefasto John William Cooke.
La avanzada setentista hoy vuelve a cargarse la historia nacional. En el mejor sentido orwelliano, reformar el pasado es la herramienta elegida para amañar la lectura del presente. Hoy la herramienta es la vulgata historicista, primero ensayada en la pluma del gordo Lanata con su sanata en dos tomos (“Argentinos”), y ahora lanzada a nivel de best seller por el Historiador Oficial del régimen K, Felipe Pigna (no sólo libros, sino desde Rock & Pop, y el oficial Canal 7).
Pigna no sólo repite las consignas conspirativas habituales, sino que además las condimenta con fantasías burdamente ideologizadas, mechando relatos en que sus personajes son objetos de la violencia de los malos de la trama: llega a ofender a Mariano Moreno considerándolo el primer desaparecido.
Sembrar la división como herramienta política es atroz, pero tiene menos trascendencia que operar para confundir la verdadera historia, reduciéndola a un panfleto político. Y si hace falta alguien más que opine lo mismo, lo reafirma Tulio Halperín Donghi uno de los historiadores más serios del país.
argenblogs
2 comentarios:
Pigna es prueba de la mediocridad que reina en la "intelectualidad" argentna, inflada por los medios de comunicación y la prensa adicta
Francisco P.
Reflexionando:
Los profesores de historia, como el conde por ejemplo, tienen en sus manos los cerebritos de sus alumnos y los moldean como arcilla.
Creo que el problema no es la ignorancia (ausencia de conocimiento) sino la falta de capacidad para analizar lo que se dice.
Los alumnos (y en el caso de piña también los oyentes y compradores del best seller) además de ser ignorantes, no saben pensar por sí mismos, entonces no tienen nada con qué contrastar lo que están leyendo/oyendo.
Y volviendo a mi comentario sobre el periodismo en Sine Metu, la historia, ¿es datos o es opinión?
Y en qué niveles de la educación puede introducirse la opinión es, creo, el dilema.
Mi respuesta: Cuando el alumno está en condiciones de razonar por sí mismo.
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