En la segunda guerra mundial, tal vez como nunca en la historia contemporánea, el conflicto enfrentó a dos proyectos diversos. Y ya desde 1939 mostró su alcance global, cuando incluso en éstas lejanas aguas del Río de la Plata, la flotilla anglo-neozelandesa se batió con el acorazado de bosillo Admiral Graf Spee.
Argentina para aquella época era socia y beneficiaria del capital británico, casi como los países del propio Commonwealth; mientras la cultura del país se aferraba a cada gesto de la modernidad parisina, como antes se había abrazado a los mandatos de las Beaux Arts.
Sin embargo, el país prefirió mirar para otro lado cuando las democracias europeas necesitaron ayuda. Mientras Francia sucumbía, el país se hizo el distraído. Cuando Inglaterra resistía en soledad, el país no le dio mas ayuda que el aporte de unos cuantos argentinos que partieron a combatir como voluntarios, y los dineros que se recaudaban para mantener encendido el fuego de la RAF.
La República, mientras tanto se mantenía neutral, cuando los afanes pro aliados de los últimos conservadores del grupo Acción Argentina fueron refrenados por el filofascismo y el creciente nacionalismo, especialmente enraizado en el Ejército, pero también en sectores de la política y con creciente presencia en toda la sociedad.
Durante 1940 y 1941 Estados Unidos, busco insistentemente contar con el apoyo argentino, para lograr la colaboración militar. La Argentina eludió el compromiso.
Tras Pearl Harbor, sin más vueltas el Departamento de Estado invitó a los países americanos a sumarse al esfuerzo bélico (Conferencia de Rio, 1942). Mientras Argentina se aferraba a su “no beligerancia”, Brasil hizo su movida.
Comprendiendo claramente su posición estratégica, los brasileños cedieron a los Estados Unidos la base aérea de Natal, que se convirtió en la mayor fuera del territorio norteamericano, y envió a Europa la Fuerza Expedicionaria Brasileña, de unos 25.000 hombres, además del heroico 1er Grupo de Aviación de Caza, que con su grito de combate “Senta púa!” se convirtió en la primer unidad aérea latinoamericana en entrar en combate.
La colaboración brasileña, que el Canciller Oswaldo Aranha definió como “Alianza de destinos” no llegó a concretar el deseo de Vargas de sentarse a la mesa de quienes discutirían el mundo de la posguerra, al contrario el regreso de los “precinhas” aceleró su caída y el fin del Estado Novo, abriendo una etapa de modernización y democratización en el país, que sin duda lo reposicionó en el contexto americano, además de los beneficios directos que obtuvo, al adjudicarse el 70% del material que en el marco del Lend-Lease del material que en el marco del Lend-Lease otorgó Estados Unidos a latinoamérica, además de la transferencia de tecnologías, y la inversión directa, como fue la instalación de la acería de Volta Redonda.
Hoy, tal vez la división que se plantea en el mundo no es tan clara como la de 1942. Pero nuevamente es tiempo se tomar decisiones. Esta vez nadie puede declararse “no beligerante”. Quien no decida por un lado, quedará automáticamente del otro.
Mientras tanto Brasil, parece que ya ha hecho su elección, honrando el mismo pragmatismo, y la misma alianza de destinos que abrazó hace sesenta años.
Argentina, otra vez, parece que va a tomar la decisión más fácil, la que a la corta paga mejor, pero que a la larga no hace más que mostrar que renunciar a los compromisos a nivel internacional solo sirve para consolidar el camino de la intrascendencia.
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Argentina para aquella época era socia y beneficiaria del capital británico, casi como los países del propio Commonwealth; mientras la cultura del país se aferraba a cada gesto de la modernidad parisina, como antes se había abrazado a los mandatos de las Beaux Arts.
Sin embargo, el país prefirió mirar para otro lado cuando las democracias europeas necesitaron ayuda. Mientras Francia sucumbía, el país se hizo el distraído. Cuando Inglaterra resistía en soledad, el país no le dio mas ayuda que el aporte de unos cuantos argentinos que partieron a combatir como voluntarios, y los dineros que se recaudaban para mantener encendido el fuego de la RAF.
La República, mientras tanto se mantenía neutral, cuando los afanes pro aliados de los últimos conservadores del grupo Acción Argentina fueron refrenados por el filofascismo y el creciente nacionalismo, especialmente enraizado en el Ejército, pero también en sectores de la política y con creciente presencia en toda la sociedad.
Durante 1940 y 1941 Estados Unidos, busco insistentemente contar con el apoyo argentino, para lograr la colaboración militar. La Argentina eludió el compromiso.
Tras Pearl Harbor, sin más vueltas el Departamento de Estado invitó a los países americanos a sumarse al esfuerzo bélico (Conferencia de Rio, 1942). Mientras Argentina se aferraba a su “no beligerancia”, Brasil hizo su movida.
Comprendiendo claramente su posición estratégica, los brasileños cedieron a los Estados Unidos la base aérea de Natal, que se convirtió en la mayor fuera del territorio norteamericano, y envió a Europa la Fuerza Expedicionaria Brasileña, de unos 25.000 hombres, además del heroico 1er Grupo de Aviación de Caza, que con su grito de combate “Senta púa!” se convirtió en la primer unidad aérea latinoamericana en entrar en combate.
La colaboración brasileña, que el Canciller Oswaldo Aranha definió como “Alianza de destinos” no llegó a concretar el deseo de Vargas de sentarse a la mesa de quienes discutirían el mundo de la posguerra, al contrario el regreso de los “precinhas” aceleró su caída y el fin del Estado Novo, abriendo una etapa de modernización y democratización en el país, que sin duda lo reposicionó en el contexto americano, además de los beneficios directos que obtuvo, al adjudicarse el 70% del material que en el marco del Lend-Lease del material que en el marco del Lend-Lease otorgó Estados Unidos a latinoamérica, además de la transferencia de tecnologías, y la inversión directa, como fue la instalación de la acería de Volta Redonda.
Hoy, tal vez la división que se plantea en el mundo no es tan clara como la de 1942. Pero nuevamente es tiempo se tomar decisiones. Esta vez nadie puede declararse “no beligerante”. Quien no decida por un lado, quedará automáticamente del otro.
Mientras tanto Brasil, parece que ya ha hecho su elección, honrando el mismo pragmatismo, y la misma alianza de destinos que abrazó hace sesenta años.
Argentina, otra vez, parece que va a tomar la decisión más fácil, la que a la corta paga mejor, pero que a la larga no hace más que mostrar que renunciar a los compromisos a nivel internacional solo sirve para consolidar el camino de la intrascendencia.
2 comentarios:
Lo comparto 100%, hace unos años escribía esto.
Impresionante el comentario!
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