24 de diciembre de 2005

Los caminos de Evo

Sólo los que han visto la última elección boliviana como un hecho aislado pueden imaginar que -incluso con el 54% de los votos- a Evo Morales se le haga ahora el campo orégano.
Habría que hacer además una observación sobre todos los que festejan y se arroban porque un indigena casi sin preparación se haga cargo de la primera magistratura de un país que necesita para poder salir adelante algo más que un campeón de la protesta o una figura mediática sin mas respaldo que consignas fáciles y efectistas.
Hoy ha anunciado que tal como era de prever, dará marcha atrás con buena parte de las medidas de libre mercado introducidas dede 1985. La primer tentación es la de responder al modelo chavista, y proclamar la solución en el elusivo "Socialismo del Siglo XXI", que parece sustentarse en reformas agrarias y concentración del poder económico en manos del estado. Un modelo similar al que Bolivia ya aplicó con ahinco por lo menos entre 1952 y 1980, y que no llevó al país precisamente a descollar entre los países mas avanzados del continente.
La tentación de usar el atajo de lo que Julio Cirino denomina "populismo revolucionario" es tan ovbia que se arrima a niveles de farsa. La invitación a mineros, obreros y campesinos a integrarse al Poder Ejecutivo pareciera un remake tragicómica de la Revolución de Octubre, que seguramente será aplaudida por revolucionarios de café, que desde sus cómodas poltronas en ciudades del primer mundo se enfervorizarán defendiendo la llegada al gobierno de una versión puneña del Emilio de Rousseau.

Pero en el camino de modelar una réplica de cualquiera de los experimentos de sus ídolos, Fidel o Chávez, Evo se topará con dos obstáculos de proporciones.
El primero, y más obvio es el fervor autonomista de las regiones del país que en alguna medida han logrado trascender el bolivianismo típico. Las zonas gasíferas y petroleras, por un lado pero sobre todo el oriente, que de tan despoblado quedó al margen de las políticas de reparto de tierras a campesinos e indígenas en el 52 y hoy florece sumandose a la revolución sojera de los países vecinos. El reclamo de Santa Cruz y Tarija por modificar el esquema político del país se viste de autonomismo, pero implica un larvado secesionismo que justifica que en su mensaje navideño el presidente saliente Rodriguez Velté llame a mantener "la unidad de Bolivia".

Seguramente alguien objetaría que esas son amenazas del sucio capitalismo, repudiado por la mayoría de los bolivianos. Y esa mayoría representa justamente el otro dilema que se le presenta a Evo. Justamente la inmensa mayoría de los votantes que lo apoyaron por indio (como reivindican llamarse aimaras, quechuas y coyas, no "indígenas"). Una enorme proporción que lo apoyó esperanzada en ver un igual a cargo del país, justamente por ser igual, y no por ser "compañero", como ahora le gusta a Morales llamar a todo el mundo.
Hace dos días, en un artículo publicado en El Diario de La Paz, Edgar Reynaga Burgoa se preguntaba quién había resultado ganador en las elecciones si el sueño de kollasuyo o la izquierda. El autor, que desde hace cuatro décadas milita en la izquierda advierte a Morales los riesgos de desoir el verdadero mandato popular: "Con cada paso el nuevo Gobierno ayudará al 85 por ciento de la población boliviana o a los restos de la izquierda fracasada en la Unión Soviética". A cambio de los textos de Marx, Engels, Bujarin, propone adherir a la "sabiduría milenaria del Tawa Inti Suyu" (Tahuantinsuyo).
La decisión de Evo no sólo va a alterar el mapa geopolítico de América del Sur, sino que puede encender en ese pobre país la mecha de un nuevo conflicto que siga demoliendo lo poco que queda en pié.



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