Allá en los lejanos años ochenta, muchos estudiantes universitarios –especialmente de carreras técnicas- recurríamos a los libros que publicaba la soviética Editorial Mir, que a una fracción del costo de las publicaciones habituales proveía una interesante fuente bibliográfica, especialmente si uno tomaba con humor las infantiles apelaciones patrioteras que venían entre líneas, que hacían que por ejemplo toda ley o principio físico conocido viniera rebautizada con el nombre de algún ignoto científico, miembro destacado de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética.
En una oportunidad, creo que por 1985 ú 86, tras comprar en una Feria del Libro una serie de textos, me gané una suscripción a Pravda (totalmente inútil para mí, ya que era la edición en ruso) y además el envío de una revistita muy linda, impresa a cuatro colores en papel ilustración, que venía directamente de la RDA.
No recuerdo el título de la revista, pero a través de ella me enteré que el momento de la victoria del socialismo en Europa estaba próxima, ya que el régimen obsecuente de los países capitalistas, serviles a Estados Unidos estaba llegando a su fin, ante pueblos que estaban cada vez más próximos a los ideales de los trabajadores, representados fielmente por el SED, el Partido Socialista Unificado de Alemania, que con casi tres millones de adherentes era la concreción de la perfección política, llevando en alto las banderas del proletariado.
Los artículos, que mostraban a los multitudinarios congresos de jóvenes socialistas, cantando por la paz y la amistad de los pueblos, también aseguraban que Estados Unidos estaba al borde del colapso y la derrota, como resultado de sus políticas imperiales y su enorme gasto militar.
En menos de tres años la que colapsó como un castillo de arena fue la URSS, y buena parte de los “adherentes” del SED se subieron a sus destartalados Trabant para escaparse a Occidente, mientras los que quedaban se alzaban contra los despojos de la Stasi, y obligaban al líder Honecker a escapar a un nada glorioso exilio en Chile.
Me acordé de esta historia hoy mientras leía que en La Habana, con el mismo afán de inventar una realidad inexistente que la que había atrás de la cortina de Hierro, pero todavía con falacias más fácilmente comprobables, Chávez, Castro y Morales se alborozaban celebrando la derrota del ALCA, y a cambio el glorioso éxito del ALBA.
Un tirano decadente, su mejor aprendiz y sostén, y su más nuevo acólito, soñando con reconstruir un mundo bipolar como el que se terminó en 1989 pretenden que su “Tratado Comercio de los Pueblos” reemplace a la integración comercial real y efectiva, y pretenden que una perogrullada dialéctica ineficaz como el COMECON, oculte que despacio pero seguro, media América Latina entiende que el único camino que le queda para no parecerse a Cuba o a Bolivia es precisamente asociarse a la economía más grande del mundo.
Para remarcar el absurdo, presentes en el acto en que los tres presidentes aseguraban aranceles cero para la soja boliviana, y para la hoja de coca, aplaudían - seguramente con su copia de Pravda del 85 bajo el brazo- el sandinista Daniel Ortega y el montonero Miguel Bonasso, otros dos que no se enteraron que como decía el propio Marx, el reloj de la historia no retrocede.
2 comentarios:
Rubén, te lo digo en serio. Tal vez no sea mala idea que Argentina adhiera a pleno a esta iniciativa. Si realmente creemos que el camino al desarrollo pasa por Cuba y Venezuela, y ahora Bolivia, deberíamos pasar del dicho al hecho y no desperdiciar pasar una oportunidad como esta.
Tal vez por razones totalmente diferentes de las que tú criticas aquí, yo en cambio extraño mis años de infanci en el socialismo de la RDA... todo depende del cristal con que se mire y de las experiencias que uno haya vivido allí. Eso trato de explicarlo en mi blog.
Saludos, Pablo.
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