24 de junio de 2007

Arde el pingüino, y se chamusca toda la política


Sólo el alzheimer colectivo que afecta a muchos argentinos -y aparentemente a los políticos, de todos los partidos- puede hacer que la crisis de la dirigencia que explotó en el 2001 se crea evaporada a golpe de consumo y empleo.

El intendente devenido en presidente, y sus "cuadros" de cuarta categoría, soñaron primero con armar un nuevo orden político con el engendro de la "transversalidad". No funcionó.


Probaron después cooptar dirigentes, a puro billetazo. Funciono obviamente adentro del PJ, y con algunos otros, el caso más sonado el de Borocotó. Pero no se transformó en nada más que un ejercicio patético de clientelismo mayorista.

Mientras tanto, los partidos políticos, que de alguna manera hicieron de freno para la explosión de hace seis años, siguieron esmerilándose y perdiendo entidad. El Justicialismo se ha transformado en un envase vacío, trasvasada mucha de su fuerza al engendro del Frente para la Victoria (valga la contradicción, dado que viene sonando como arpa vieja en cada confrontación que se presenta). El radicalismo hace rato que es casi nada más que un nombre y una tradición malversada. La derecha, atomizada y desideologizada, tiene dos minutos de aliento al imaginar en un líder municipal en ascenso que encontró a la gran esperanza blanca. La centroizquierda, un amasijo de contradicciones y discurso errático. La izquierda, abrazada a sus sueños de centro de estudiantes, no logra sumar votos a pesar de que vive ejercitando el quilombismo que parece ser su única razón de ser.

El viernes, en Río Gallegos, se produjo un hecho insólito y creo que inédito en la historia política argentina. Un par de cientos de manifestantes quemó un pingüino gigante, representando al presidente. Es mucho más que una provocación al mandamás de la provincia. Es una demostración que al país no hay institución que le merezca respeto.

No es bueno, ni es bueno que haya nadie que sepa para donde apuntar, cuando a pesar de que la economía parece funcionar, la anomia se ha convertido paradójicamente, en la única ley que se repeta.

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