Fragmento de la columna de Esteban Peicovich en el suplemento Enfoques del diario La Nación
Domingo 24 de febrero de 2002En el azar del mundo, cada pueblo contiene un animal. No nos tocó ser toro (España), ni oso (Rusia), ni águila (EE. UU.), ni león (Inglaterra). Sólo aprendimos a sentirnos vaca. La próspera, la de estar en lo mismo, la de hacer la vista gorda y vegetar. El apacible animal sustentador. Claro objeto de nuestra gula. Canon de nuestra pasión inmóvil. Y víctima de nuestros vicios. Hoy nos toca asistir al velorio de esa vaca. Cacerolas, piquetes, graffiti, comunicados, estadísticas, encuestas, denuncian la muerte de la magna vaca que nos fuera dada en beneficio.
No supimos. No pudimos. Nos comimos la vaca. El nosotros que guardaba la vaca. Ahora, en el paisaje resaltan solitarias la sombra de esa vaca y nuestra inmensa culpa. Para volver al mundo habrá que amasar esa sombra y esa culpa. Y soñar de nuevo. Pueden salir hormiga, perro, cebra, comadreja, lobo o nuevamente vaca o nada. Ser lo que debamos ser. O no ser nada (según, sobradamente, nos fuera aconsejado cuando chicos).
Seis años no es nada...
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