Evo Morales ha mostrado desde que llegó al poder su total y absoluto desprecio por los que no siguen a sus convicciones tardocastristas. Para él -igual que para el payaso Chávez, y para la (vi)eina KK- no hay espacio para las diferencias, todo opositor es necesariamente un enemigo, y su único lenguaje es el de la confrontación.
Cuando hace tres años Bolivia esquivó por un pelo la implosión, la posibilidad de encontrar un nuevo acuerdo social a través de una nueva constitución fue malversada por el MAS que usó su prepotencia para imponer un modelo a su medida, sin discusión ni opinión de las minoría, cambiando los reglamentos de votación y aprobando el texto bajo escolta militar. La otra salida posible que había para las tensiones entre regiones, la de aceptar el reclamo autonómico, fue ignorado a pesar que en cuatro regiones se impuso por mayoría.
En su búsqueda de mantener la hegemonía política de la zona donde tiene mayor respaldo, ignoró el reclamo histórico de la ciudad de Sucre, para en cambio, concentrar el poder en La Paz y El Alto.
Ahora, con el revocatorio, en el que probablemente él consiga su 51% va a meter presión contra el oriente. Pero allí también los prefectos probablemente sean ratificados, de manera que lo que seguramente va a quedar confirmado mañana es que Bolivia tal como está hoy está partida.
Evo dilapidó la posibilidad de unirla. El lunes, probablemente esa posibilidad esté perdida para siempre. Y ni que hablar si no consigue su ratificación. Ahí seguramente volveremeos a ver fuego en El Quemado.
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