Dos semanas atrás se daban festejos similares en Buenos Aires y Caracas. Mientras acá abajo la barbie bótox se regodeaba en el colapso de las entidades finacieras nortemericanas, y socarronamente recomendaba un Plan B, el payaso bolivariano apostaba a la caída definitiva del Imperio. Gracioso, siendo que los dos pueden pagar sus desatinos gracias a que la misma burbuja que se infló con el gas inmobiliario arrastró a los commodities extractivos de ambos países: soja y petróleo.
En Argentina, con la soja a cerca de la mitad de lo que cotizaba cuando arrancó la batalla de las retenciones, es probable que se dispare ahora una nueva guerra, ahora por retenciones cero. Si esto no llegara a suceder, la simple caída del ingreso por diferencia de precio de la oleaginosa pone en crisis la financiación del Estado.
Algo parecido le pasa a Venezuela, con la canasta de crudos locales cayendo a un tercio de lo que cotizaba antes del derrrumbe de las bolsas, y se acerca al umbral en el que lo que deja al Estado no alcanza para financiar el gasto del 2009.
Muy interesante: lo que parece encontrar un final gracias a la supuesta crisis terminal del capitalismo van a ser los recursos fáciles que alimentan a los gobiernos populistas.
Lo malo es que cuando kirchnerismo y chavismo implosionen, seguro que las viudas y deudos van a encontrar un -otra vez- culpable en el el Imperio, en conspiraciones de mercado, o en el eterno cuco de las oligarquías, y nunca se va a hacer autocrítica sobre una manera de construir poder con fondos públicos, haciendo posible que en un par de años vuelva a aparecer un patriarca salvador, que asegure para su amplia clientela que es posible salvarse sin laburar.
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