Esta mañana circulaba por uno de los accesos a Rosario. Bajo el sol sahariano que está pegando parecía un espejismo ver a un tipo, escobillón en mano, barriendo el pavimento.
Cien metros después, otro. Apenas juntaban unos montoncitos de cereal.
Un kilómetro después, eran docenas. Otro kilómetro más, y apareció el camión al que le habían abierto las boquillas de descarga. Estacionado en la banquina, con policía apostada alrededor, exhibiendo persuasivas escopetas a trombón.
Una postal del país real, el que nunca dejamos de tener acá a la vuelta. El que se pretende reparar con memoria hemiplégica, estadísticas truchas y tren bala.
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