La democracia y el Gobierno de la mayoría dan apariencia de legitimidad a actos que de otra forma se considerarían tiránicos.
¿Cuántas decisiones de nuestra vida cotidiana nos gustaría tomar mediante una mayoría numérica o un proceso democrático?
Por ejemplo, ¿qué tal si decidimos de esa manera si esta noche se ve en casa un partido de fútbol en la tele o 'Ley y orden'?
¿Si debería conducir un Chevrolet o un Ford, o si su cena de Pascua será pavo o estofado?
Si semejantes decisiones se tomaran en el terreno político, la mayor parte de nosotros consideraríamos que vivimos en una tiranía.
Entonces, ¿por qué no lo es también que el proceso democrático decida qué tipo de bombillas podemos utilizar, la cantidad de agua que podemos gastar al tirar de la cadena o si nos deben quitar dinero de nuestra nómina para la jubilación?
Los fundadores de nuestra nación aborrecían profundamente la democracia y el gobierno de la mayoría.
En el Federalist Paper número 10, James Madison escribió: 'Muchas medidas son aprobadas con demasiada frecuencia no según las normas de la justicia y los derechos de la minoría, sino en virtud de la fuerza superior de una mayoría interesada y autoritaria'.
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Nuestros fundadores concibieron para nosotros una forma republicana de gobierno limitado en la que la protección de los derechos individuales fuera la principal labor del Gobierno.
Atentos a los peligros de la tiranía de la mayoría, los redactores de la Constitución introdujeron diversas normas para limitar el poder de la misma.
Una de ellas es que la elección del presidente no se decide por mayoría numérica sino mediante las urnas.
Nueve estados albergan más de 50% de la población estadounidense.
Si la mayoría numérica fuera la norma, sería de esperar que estos nueve estados pudieran decidir la presidencia.
Afortunadamente, no es así porque sólo tienen 225 votos del Colegio Electoral cuando son necesarios 270 de los 538.
Si no fuera por el Colegio Electoral, que algunos políticos dicen que es anticuado y que conviene abandonarlo, los candidatos presidenciales podrían pasar por alto los estados menos poblados.
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Libertad Digital
Pensar que en la tierra de promisión todavía se está discutiendo si el PEN debe tener o no super-poderes, mientras el gobierno de la incombustible infame avanza a paso firme sobre las familias impartiéndole a los adolescentes una educación sexual ausente de valores y de principios, o decide caprichosamente por cuántos centavos deben vender los tambos un litro de leche, o nos estigmatiza exponiéndonos a la vindicta pública a quienes no somos populistas ni estatistas.
Así -por ejemplo- fue que un día la 'mayoría' apoltronada en sus bancas de privilegio 'decidió' democráticamente que nuestros ahorros jubilatorios debían estar en manos de ellos, y todos contentos.
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Confieso que me tienen harta.
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1 comentario:
Que buen articulo, tan repetitivo como cierto. Parece que sigue siendo insuficiente.
Si nos ponemos a enumerar los atropellos de por acá se nos van a acalambrar los dedos.
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