Cada vez que uno se queja de la opresión centralista los amigos porteños saltan como leche hervida: a ellos también los saquean. Ni hablar de los bonaerenses.
Todos se saben espoliados, oprimidos, estafados, manipulados, saqueados. Pero no existe una provincia de Buenos Aires opulenta, y queda bastante poco de la capital imperial que habían levantado los liberales del siglo XIX.
Debería decirse con todas las letras, lo que los fundadores del país ya habían detectado a fines del siglo XIX no sin pena: que el Estado Nacional que se construyó para asegurar la paz interior creció como un monstruo, avasallando a los estados federales que le dieron origen.
Tulio Halperín Donghi señala que la batalla final en la que el Estado Nacional derrota a las provincias es el alzamiento de Carlos Tejedor que llego a obligar a fugarse al presidente Avellaneda, y se resolvió en los sangrientos y olvidados combate de Puente Alsina y Corrales.
Desde entonces, lenta pero inexorablemente, en democracia y con gobiernos de facto, la superestructura política del Estado Nacional se ha expandido hasta la hipertrofia.
Predicando democracia, participación, federalismo, no ha habido desde 1880 ningún gobierno que impulsara la construcción de un federalismo real, ni peronistas, ni radicales, ni liberales ni conservadores.
Las noticias del ía demuestran la triste realidad: un jefe político en retirada, con fecha de defunción fijada, puede manejar a control remoto la legislatura de la provincia de Buenos Aires, el estado que supo confrontar sólo a toda la Confederación y que ahora es apenas apenas un coto de caza de los bufones del reino.
3 comentarios:
Buenos Aires en sí es otra entelequia también. Abundan los datos de su pauperización, sin embargo se la proyecta como base de poder.
Y geopolíticamente, a través suya [es como si estuvieran siempre] al asalto de las casas de gobierno, en periódica operación tenaza, donde los marginales son la primera línea de asalto, carne de cañón.
¿Cuánto hace que gobierna el peronismo en Buenos Aires?
En estos últimos tiempos, se llegó al unitarismo exacerbado con la complacencia del senado y de la llamada oposición.
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