El sábado pasado y gracias a la magia de Facebook, participé un una vintage party (!) con viejos amigos a los que no veía hace al menos 15 años.
Mientras me ponía al día con uno de ellos, me acordé de sus padres y quise saber si aún vivían; entonces me contó que su padre había muerto hace pocos años en un accidente de tránsito en pleno Belgrano, arrollado por un colectivo.
Lo curioso del caso fue que él -hace más de 25 años- me había mostrado el primer tatuaje que vi en mi vida, de prisionero de campo de concentración, que estaba grabado, obvio, en su brazo.
Comprendo que puedo estar exagerando un poco, ya que Don Jacobo pudo aquí trabajar y prosperar, tener tres hijos y disfrutar de sus nietos, pero no deja de resultar absurdo que alguien que pudo escapar de una maquinaria de matar con un 99% de chance de no sobrevivir, haya terminado sus días bajo las ruedas de un colectivo 60 atropellado en Buenos Aires.
Fin.
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