Debe hacer poco más de 30 años que leí por primera vez sobre la operación Tidal Wave, en la que casi doscientos bombarderos B-24 atravesaron el Mediterráneo para atacar las refinerías rumanas de Ploesti, responsables del 30% del suministro de combustible a la Werhmacht y la Luftwaffe. La historia del ataque siempre me pareció extraordinaria, era 1943 y ni los feos y panzones B-24 ni sus tripulantes estaban preparados para una incursión a bajo nivel, en la que recibieron la bienvenida de más de 300 puestos de flak, y la altura de bombardeo expuso a los propios atacantes a la onda expansiva de sus bombas y de los depósitos reventados.
Ahora estoy leyendo -gracias a un préstamo de Smilin' Leprechaum- Wild Blue, el libro de Stephen Ambrose que cuenta el origen y formación de los pilotos de la AAF. Ver que en promedio no pasaban los 19 años, que muchos ni manejaban autos, y que fueron formados -excelentemente formados- en un año de la nada, hace todavía más grande la epopeya de la guerra aérea contra Alemania.
Basta pensar en el argento promedio de 19 años, para poner las cosas en feroz perspectiva.
6 comentarios:
argento,español, francés, italiano...etc.
Está la historia del Memphis Belle, también. La edad promedio de la tripulación creo que orillaba los 19 años.
Efectivamente, Francisco. Los pilotos del Army Air Force rondaban los 19 en promedio, lo mismo si volaban B-17, B-24 o P-51
La juventud de los pilotos también explica algo no muy conocido como fueron las órdenes a los cazas aliados de ametrallar cualquier vehículo o persona una vez que operasen sobre territorio alemán. Era parte de la política aliada de sembrar el terror entre la población civil.
Estos ametrallamientos contaron con la entusiasta participación de los jóvenes pilotos que se dedicaron a cazar civiles dentro de los pueblos, en los campos y en las rutas.
Lo hicieron en cumplimiento de las órdenes expresas y escritas recibidas de sus mandos, pero esa orden fue una salvajada y bajo su vigencia se cometieron miles de crímenes de guerra conforme el Derecho Internacional de esa época y de la actual.
Los pibes encontaban divertidísimo disparar a los germanos civiles especialmente cuando no había Flak alemana que contestase.
Son muy pocos los pilotos aliados que han dejado testimonio escrito de estos sweps, pero he leído a un par de ingleses que arrastran una cierta carga moral cuando miran hacia atrás recordando estos barridos.
Justo estoy terminando Retribution de Max Hastings y me llamó la atención la falta de debate sobre las víctimas civiles del bombardeo sobre Japón a fines de la guerra entre militares y políticos responsables.
Hay tres párrafos que me llamaron la atención:
Today, when many people in the West as well as in Japan recoil from the horrors inflicted by the 1945 bomber offensive, Norstad’s words evoke a chill which is intensified by LeMay’s post-war rationalisation of what his command did: “We were going after military targets. No point in slaughtering civilians for the mere sake of slaughter…All you had to do was visit one of those targets after we’d roasted it, and see the ruins of a multitude of tiny houses, with a drill press sticking up through the wreckage…The entire population got into the act and worked to make those airplanes or munitions of war…men, women, and children. We knew we were going to kill a lot of women and kids when we burned that town. Had to be done.” As for the aircrew, few were troubled by the carnage they wreaked upon Japan. “I don’t think we thought much about it,” said Lt. Philip True. “At briefings, we were told we were bombing industrial areas, and that a lot of sub-assembly was located in surrounding residential areas. I don’t think anybody enjoyed it. It was just a job that had to be done. By the time it was over I was ready to go back to school.” True was indeed almost a schoolkid—as were they all. Some post-war critics have adopted the absurdly unrealistic view that aircrew should have refused to participate in firebombing. In truth, if the destruction of Japan’s cities and massacre of its civilians were deemed inappropriate objectives for the USAAF, the onus rested squarely upon the media and the political leadership of the U.S.A. to demand that the campaign be prosecuted differently. They never did so.
THE HISTORY of the Twentieth Air Force’s campaign reflects some critical truths about modern conflicts in general, and the Second World War in particular. First, the U.S. in 1945 was a prisoner of great industrial decisions taken years earlier, in quite different strategic circumstances. In 1942, the commitment to build the B-29 long-range bomber was entirely rational. The programme reached technological maturity and large-scale production too late to make a decisive impact on the war. Yet it was asking far too much of the U.S., never mind of its senior airmen, to forgo the use of these aircraft, at a time when the enemy was still resisting fiercely, and killing many Americans. In the circumstances then prevailing—an essential caveat for any historian to emphasise—the B-29s were bound to be employed. When precision bombing failed, as continued to be the case even when attempted under LeMay’s direction in the spring of 1945, the cities of Japan were doomed to suffer the same fate as those of Germany. Rather than the will of commanders, it was the existence of a specific weapons system, the B-29 Superfortress, which impelled the incineration of several hundred thousand Japanese.
But those who argue that the alien appearance and culture of the Japanese generated unique hatred and savagery seem to give insufficient weight to the fact that the Japanese initiated and institutionalised barbarism towards both civilians and prisoners. True, the Allies later responded in kind. But in an imperfect world, it seems unrealistic to expect that any combatant in a war will grant adversaries conspicuously better treatment than his own people receive at their hands.
Hastings menciona tanto en este libro como en Armaggedon que LeMay (USAF) y "Bomber" Harris (RAF) siguieron atacando a Alemania y a Japón a una escala innecesaria y que se dedicaron recursos desproporcionados para las armas aéreas de ambos países.
Llegado cierto punto no quedaban cazas enemigos y atacaban todo lo que encontraban.
A propósito de 'Bomber' Harris. Hay una leyenda que lo sitúa en Londres, conduciendo un vehículo del Mando, choca o no recuerdo bien si casi atropella a un peatón. Este último le recrimina a Harris con el consabido "Oiga, conduciendo así, ¿quiere matar a alguien?", a lo que el tipo contesta: "Señor, a mí me pagan para matar".
En cuanto a LeMay, en un documental del History Channel lo señalaron como un tipo con muy pocas pulgas; sobre todo cuando se hizo cargo del SAC, y su generosa disponibilidad de armas nucleares.
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