Tomasito el de YPF

En estos últimos días me acordé mucho de Tomasito.

Tomasito era un primo de mi vieja, al que allá en los lejanos setenta la familia consideraba un potentado y bon vivant. El origen del bienestar de Tomasito era su puesto de funcionario en YPF, donde tenía un alto cargo. No se sabe de qué. Pero no es que yo no me acuerde, en esa época las primas que lo admiraban y los primos que lo envidiaban, no tenían idea cual era el cargo específico de Tomasito, que cobraba un sueldo jugoso, se pasaba casi todo el día en su casa, usaba auto de la empresa y –además- había conchabado a sus dos hijos en la misma YPF. Mi viejo ni le hablaba, y decía que era un vago sostenido en el puesto por curros sindicales. Es probable que fuera así.

Alguna vez fui a la casa de Tomasito, en Buenos Aires. Nos recibió en la casa, donde extrañamente estaba vestido con ropa de trabajo con el logo de la empresa. En realidad no tan extrañamente, porque dijo que se había pedido el día para recibirnos. Me acuerdo que nos llevó en un tour por su barrio en la Estanciera que tenía provista. El viaje lo tengo grabado porque creo que es la única vez que subí a una Estanciera y porque en ese momento para mi era una aventura trepar a una camioneta celeste con el escudo de la petrolera en la puerta.

A fines de los setenta o principios de los ochenta llegó la noticia de que habían jubilado a Tomasito, con una jubilación importantísima, de acuerdo a sus elevadas y siempre desconocidas responsabilidades. En los noventa nos enteramos que con las reformas de la empresa los dos hijos de Tomasito habían sido desvinculados de YPF, pero que uno estaba metido en el sindicato de petroleros.

Estoy seguro que Tomasito no era el único empleado virtual de la compañía, como que en los últimos veinte años esta raza de ñoquis se redujo, o hasta desapareció.

Desde hace dos días los Tomasitos por venir están restregándose las manos, otra vez se les abre la tranquera.