Entre los graves problemas que acarreamos los argentinos, uno de los más graves es no saber de dónde venimos. Ya unas cuantas veces escribí sobre de qué manera artificial se relata nuestra historia como si la Argentina existiera tal como es hoy, desde el inicio de los tiempos. Nada más irreal, nada más ficticio.
Quien recuerde un cachito la historia aprendida en el colegio sabrá que ocurrida la Revolución de Mayo, las expediciones armadas desde Buenos Aires para lograr la "adhesión" de las provincias a punta de sable y mosquete, que fueron forzando la aceptación de los cabildos del interior a la sublevación porteña, en algunos casos a sangre y fuego (¿hace falta recordar a Liniers?)
Tras la adhesión del Cabildo de Santa Fe, Buenos Aires comenzó a imponer Gobernadores Delegados hasta la revuelta popular del 23 de abril de 1815, en que el Cabildo retomó el poder, reafirmó su autonomía respecto de Buenos Aires y designó gobernador al santafesino Candioti.
Un cronista de la época –Urbano de Iriondo- refiere cómo actuaron los gobernadores designados por la Junta de Buenos Aires: “tuvo Santa Fe entre 1811 y 1815 seis gobernadores que no se ocupaban de otra cosa que de sacar contribuciones, primero a los españoles, luego a los criollos, y a los estancieros en general, auxilios de caballos, reses para el transporte de tropas que venían de Buenos Aires para pasar al Perú y la Banda Oriental, dejando nuestra campaña a merced de los indios”.
La primer autonomía santafesina duró poco, ahogada enseguida por las fuerzas militares porteñas al mando del General Juan Viamonte, aunque en 1816 la revuelta de Cosme Maciel, Mariano Vera y los Blandengues de Estanislao López retomó el camino autonómico, y obró como actus belli que inició años de enfrentamientos entre las fuerzas de Buenos Aires y la Liga Federal de Artigas, hasta la firma en 1822 del Tratado del Cuadrilátero, luego del cual Santa Fe llegó a mantener sus propias relaciones exteriores.
En estos tiempos en que repetidamente los analistas refieren a un conflicto Nación-Provincias, no hacen más que emplear una sinécdoque para contar un enfrentamiento que nació con el país y que aún no se ha resuelto: poder central contra esquema federal. El centralismo hoy no es porteño, sino de una superestructura política y económica, formada por lo más infame de todas las provincias, que hace su agosto y su vida dilapidando los recursos que deberían quedar en cada provincia y que en cambio reparten como dádivas a gobernadores rastreros que prefieren hacen lo mismo que aquellos tenientes Gobernadores que sufrió Santa Fe después de la Revolución de Mayo.
1 comentario:
Muy interesante, y es así tal cuál. Tema largo de charlar, daría para varios asados, con achuras, empanadas y unos buenos tintos. Desde mi punto de vista, el federalismo en Argentina es una ficción. No por diseño institucional de las provincias o del Gobierno Federal, pero si por los paulatinos avances del segundo, sobre todo en materia fiscal, y por inacción de las provincias.
El federalismo es una ficción en tanto en cuanto en la mayoría de los casos las provincias dependen de la coparticipación federal para cubrir el 90% de sus gastos corrientes. En países como EEUU, este porcentaje no llega al 10% en los estados más pobres. Desde mi punto de vista debería ser al revés, los impuestos deberían quedar en las provincias donde se recaudan y las provincias coparticipar a la Nación para los gastos de defensa, relaciones exteriores, caminos federales y alguna otra cosa muy puntual.
TODOS los servicios deberían pasar al ámbito provincial, incluidas universidades nacionales, que en mucho casos nacieron como provinciales y fueron nacionalizadas, hospitales, justicia federal, etc. Como paso siguiente, en el caso de la educación, la salud, el agua, policía, y demás servicios de índole municipal, los gobiernos provinciales deberían transferirlos a los municipios.
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